Tomás Lüders“Marce”

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Los Martín Fierro, Tinelli y el autofestejo de los capitostes de la televisión decadente.
Por Tomás Lüders

Terminaron las elecciones, y Venado24 se dedica a hablar de aquello que tiene más influencia en el imaginario sociocultural criollo. Y no, no se trata de la política. …

Marcelo es visto por muchos, pero es parte de una televisión abierta que cada vez se sintoniza menos, es decir, tiene un mayor porcentaje de un número cada vez más reducido de televidentes

….

Se suman esporádicamente nuevas generaciones, se consumen fragmentos de programas en youtube, pero lo cierto es que hay migrancia hacia otros medios, o hacia el cable en donde se ven contenidos mayormente estadounidenses. Los más jóvenes ya no le son leales, al menos cuando pueden, en lugar de encender “la Tele” recurren a Internet para distraerse con otras cosas. Podremos hacer las críticas ideológicas y estéticas que se quieran al sistema-Hollywood, pero lo cierto es que los norteamericanos, por un particular proceso de migración de talentos del cine a la pantalla chica, están haciendo cada vez mejor televisión. En ella, claro, se reproducen bajo nuevos nombres viejas fórmulas para contenidos políticamente muy conservadores, pero hay también lugar para lo diferente.

No intentamos idealizar a los estudios norteamericanos, después de todo cuentan con muchos, muchísimos más recursos que nuestra pobre industria de la pantalla. Lo que aquí se ve a través de Warner Channel o Sony sólo trata de entretener, pero al menos entretiene bien. Lo cierto es que también, al revés de lo que suele suceder con su cine, en donde el exceso de recursos técnicos anula la creatividad (hoy se ven en 3D y con cada vez más manoseo digital películas con tramas de los años 50), en la pantalla chica el dinero no disuelve la necesidad de inventar. Será, mal que les pese a los fetichistas del proteccionismo, una de las, pocas quizá, ventajas de la competencia –que claro, como sabemos, tiene a veces consecuencias sociales muy negativas en el terreno de las relaciones humanas– .

En Argentina, en cambio, la escasez de recursos llevó a que todo se lo absorba uno, y sólo un programa. A la creatividad en la pobreza, ese factor criollo del que tanto solemos vanagloriarnos, se la terminó devorando Tinelli cual alfajor deglutido frente a cámara (¿se acuerdan?).

No hay mayor signo de pobreza que la exhibición hasta el hartazgo de un bien escaso… eso es lo que hace Tinelli cuando acumula “nombres caros” y los tira todos sobre la mesa, sin ninguna otra excusa argumentativa o dramática… que simplemente mostrarlos. Tinelli es el hombre que absorbe los pocos recursos que le quedan a una televisión que cada vez invierte menos. Por eso es justo que se redistribuyan sus contenidos entre todos los canales, repitiéndose incansablemente -para padecimiento de muchos, eso sí-.

Tinelli no sabe contar nada, sólo muestra mucho y desordenadamente. Y como hay que ir a lo seguro, a lo que “mide”, entonces se arriesga poco. A lo sumo, cuando se arriesga por algo que puede ser diferente, le dedica 30 segundos de una competencia de eventuales talentos. Igualmente de allí salió el actual reidor de la barra, Larry de Clay (¿se acuerdan de los chistes de Larry?).

Tenemos entonces una tele que se repite…y se repite. Algunas caras cambian, entran a la Celebrityland de Marcelo creyendo ser eternas, para diluirse de una temporada a otra: “¿te gustaría que Coki sea la novia de Marcelo?”. ¿Qué pasó con eso?, no importa, ya no mide. Esos rostros, culos y tetas son la materia de una forma que es siempre igual: la búsqueda de la novedad impactante permanente…. Como hay poco más que “impacto emocional” en la superficie, a estas figuras se las consume en un instante… y luego se las arroja para que animen alguna noche de sábado en una disco provincial.

Sin embargo, la fórmula de medir el éxito de acuerdo al “minuto a minuto” es peligrosa. Porque buscando el pico inmediato, se destruye lo que –quizá sin tanto impacto inicial- podría funcionar durante un plazo mayor. En la televisión del norte, muchos programas que se volvieron clásicos demandaron más de una temporada. Allí claro, los artistas se quejan porque la oportunidad no dura más que… ¡un año! Aquí las oportunidades duran… 30 segundos exactos. No hay recursos para hacer inversiones de riesgo. 

Nótese que, recurriendo a la jeringoza del marketing mediático, hablamos de que algo “funcione”, porque tampoco vamos a pedirle a una industria del entretenimiento que haga otra cosa más que eso. Nuestra exigencia se limita a pedir que entretenga de otra forma.

Ya sabemos lo que sucede cuando los llamados sectores de la cultura ocupan lugares dirigenciales en la televisión o el cine de financiación pública: asumen que hay una dicotomía entre entretener o educar… e intentan “educar” desde una televisión que termina por no ver nadie (es cierto que quizá propuestas como Encuentro han logrado superar bastante esta falsa oposición, aunque no logró evitar caer en una retórica un tanto demagógica y una reducción de la historia en un relato de buenos y malos, textos de Pigna mediante).

Pero volviendo a lo que hoy manda: más allá de los Forts, las Nazarenas, Cokis, Moles, Zulmas Lobatos… están los que permanecen todo el tiempo. Se prende la televisión a cualquier hora… y siguen ahí. Eso sí, son poquitos: Suar, Susana… y Marce, por supuesto Marce (todavía creo que Mirta es otra cosa). Ellos van de protagonistas, y en el reparto los freaks de siempre: la Alfano, Moria y Carmen Barbieri. Aparentemente su permanencia parece ir contra de la fórmula de lo novedoso.

Se premian y vuelven a premiar una y otra vez. ¿Cuántos Martín Fierro más pueden ganar? Se auto-galardonaron tanto que del de Oro pasaron al de Platino… ¿qué metal precioso seguirá?

Permanecen porque logran sorprender, se dice. Aunque también están porque ellos no sólo performan, también son muchas veces los dueños de las tablas.

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Marcelo es capaz de improvisar algo a cada minuto. Es el dueño del programa, y maneja la escena. Desde allí no sólo ordena (es más, no ordena nada) sino que desordena. Hace alguna mueca, y si la pantallita del minuto a minuto le da el ok –esa que no deja de mirar obsesivamente- entonces sigue jugando con la ocurrencia nueva. Eso fue el fenómeno “Peter”, al que le quedan algunos meses más, o Nazarena Vélez (¿dónde andará “Naza”? un amigo me dijo que la vio de invitada vip en una disco de Teodelina). Eso sí, lo nuevo en Marce tiene poco que ver con lo diferente. El de él es un cuerpo en el que se reproduce todo el tiempo la lógica inmutable de lo novedoso-impactante. Por eso cada chiste sólo le dura unas emisiones (a diferencia de los brillantes monólogos de Tato Bores, que duraron décadas). Olmedo hacia algo parecido, pero lo hizo con una gracia de la que Tinelli carece. Además, claro, Olmedo fue el primero en romper la separación entre la diégesis del sketch, y la realidad del detrás de cámara. Olmedo sí era un capo de la improvisación. Por eso podía hacer reír muy bien con los muy malos guiones de Hugo Sofovich.

Marcelo en cambio es limitado. No es gracioso ni verdaderamente ocurrente. Hace de impune, y por eso juega a romper con el guión para “improvisar” siempre con lo mismo. Aparece espontaneo, pero nunca será creativo. Por eso Showmatch es siempre más de lo mismo. Repite estratégicamente lo que en las primeras emisiones de su programa salió de casualidad: reírse de lo que no estaba programado, de lo que aparentemente sale de la grilla. De ahí que en un programa que es un supuesto concurso de baile se baile muy poco y se hable mucho. Los jurados, más que para evaluar solemnemente, están ahí para hacer de coro sin decoro. Pero a no equivocarse, está todo pautado: “ahora entra Peter, sale Coki, Moria basurea a la Alfano y así”. Si mide bien, claro, el chiste se estirará más de la cuenta. En las primeras emisiones de lo que antes se llamó VideoMatch quizá la cosa fue así, había poco que mostrar, entonces se hacía sobre la marcha. De eso que fue más o menos fortuito ya van varias décadas, ahora con más personajes y estética pornosoft.

Lo de Susana funciona en un registro parecido. Sólo que ella seduce porque un cree y piensa que sus rupturas con el guión son realmente producto de la inocencia y no de la viveza (lo de inocencia, convengamos, es un nombre piadoso que usamos para la imbecilidad). Claro, no es tan limitada como para no darse cuenta de que eso resulta. O al menos sus productores saben comunicárselo entre viaje y viaje al megashopping offshore que es Miami. Es esa ruptura con la fórmula estanca del clásico conductor de la vieja radio o televisión (esa figura que se limitaba a coordinar con voz engolada sin arriesgarse nunca a improvisar) la que le permite a Susana generar un efecto “identificación” con la señoras detrás de la cámara: ella se confunde, ella es espontanea en su sufrimiento, dolor, ingenuidad, y el sentimiento que sea. Y por eso, a pesar de las enormes distancias socioeconómicas, la señora de Almagro o… Teodelina se identifican con ella.

Marcelo en cambio es leído de otra forma. La “gente” sabe que “Marce” no es tonto, si no que se hace el tonto, y en eso radica su seducción. No somos los espectadores los engañados, sino que los que caen son “la gilada” –de la que siempre nos excluimos (es el efecto “guiño de ojo” cuando un amigo chanza a un tercero con nuestra complicidad). En cambio la gente sabe o cree saber que Susana es verdaderamente ingenua. 

A lo de Suar aún no lo tenemos muy claro, al menos en términos de aparición de su cuerpo en cámara. Es el más políticamente correcto de los tres. Lo cierto es que este limitadísimo actor logró introducirse en el mundo de la producción, y por eso quizá tenga algún plus respecto al resto de los que fueron galancetes de moda. Es una celebrity que produce, un tipo que está artísticamente hecho, pero se congracia con el espectador para darnos unos minutos de su ocupado tiempo de tanto en tanto. Pero Suar, más allá de alguna medida ironía o de sumarse de tanto en tanto a las chanzas de peña masculina de Tinelli, suele representar al famoso simpático y bonachón. Por eso es el más pacato frente a cámara –en off se le han escuchado cosas despiadadamente cínicas-.

Mirta, bueno, Mirta es otra cosa. No es producto de esta neotelevisión que rompe permanentemente el frente a cámara con el detrás de cámara. Mirta no insulta en escena, no se le escapa un “mierda” o “boludo” , como los que deja salir Marcelo o como tan naturalmente se le escapan a Susana. El “¡mierda, carajo!” de Mirta fue noticia porque lo dijo creyendo estar fuera del aire. Por eso Mirta no siguió repitiéndolo y se avergüenza de lo sucedido –aunque se haya visto forzada a tomárselo con humor en algún programa de Polka-. La gran señora radicada en Barrio Norte no hace de señora de barrio con dinero, como Susana. Hace de señora de Barrio Norte que le habla a todo el mundo. Después de todo, nos recuerda de tanto en tanto, que nació en su “querida Villa Cañás”.

Se permite, desde su lugar de excepcionalidad, ser muy franca, y ha dicho a veces cosas tremendamente prejuiciosas. También sabe explotar cuestiones de su privacidad. Pero no confiesa tan banalmente las menudencias de la cama. Bah, quizá a veces sí, pero en algo, en algo hay que creer. ¿No?


Algún lector nos increpará que un diario local no debería ocuparse de discurrir sobre la tele porteña. Pero en el entretiempo electoral se nos ocurrió que podía ser importante hablar de lo que “todo el mundo habla”. Por eso recorremos las supuestas banalidades de la televisión. Para colmo jugamos a defender a la indefendible Mirta Legrand.

A modo de respuesta, sólo decimos que pensamos necesario analizar aquello que, para bien o para mal, tiene más peso simbólico que la política partidaria y estatal.

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