Tomás LüdersOpinión: “Yo no fui”, o la determinación en última instancia de la economía

Tomás Lüders17/06/2016
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             “El resultado general al que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede resumirse así: en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general.
No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social lo que determina su conciencia”.
                                             Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía Política (1859)

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Gran parte de la tradición política marxista, siguiendo particularmente este pasaje del Prólogo, terminó volviendo parte de su sentido común la concepción del Estado, de la política, como meras instancias reflejas de la Economía. La instancia “inmaterial” secundaria, opuesta a lo material (económico), que sería la única realidad concreta.

Es a partir del control de las “relaciones sociales de producción” que la clase dominante ejerce el “verdadero” poder, que es en primera y última instancia social, y solo “reflejamente” político. El Estado no es más, como dijo Marx en otra parte, que el “buró en el que los burgueses atienden sus asuntos”. El lugar de existencia y desarrollo del Poder es el mercado.

A los argumentos de esta tradición ideológica ha recurrido el kirchnerismo cada vez que se comenzaba a hablar de corrupción, porque su núcleo intelectual tiene formado su sentido común en esta tradición (curisoamente, también conoce muy bien sus reconfiguraciones, que sin embargo no caben cuando no son útiles para apuntalar la Causa). Y de estos argumentos provistos por la intelligenzia orgánica se sirvió retroactivamente Néstor y Cristina Kirchner para legitimar eficazmente la consolidación de su hegemonía política y económica durante 12 años: se trataba de quitarle poder al poder real (6,7,8 dixit).

Así por ejemplo, Juan Pablo Feinmann, sin dudas uno de los más incisivos intelectuales del país y hombre que se sintió parte, a veces crítica y a veces linealmente apasionada, del pasado “gobierno popular”, supo escribir no hace mucho en uno de sus dos densos volúmenes sobre la historia del Peronismo, que cualquier “ilícito” que se hubiera cometido desde el “Estado popular” peronista era “menor”, frente a la corrupción “primera” que significa el despojo del capitalismo. El texto, publicado en 2011, hacía implícitamente extensiva la argumentación al gobierno de entonces.

En un mismo sentido argumentaba 2013 un artista como Tito Cossa. Citaba las protestas de un taxista porteño contra la “corrupción k”, y las utilizaba como expresión directa del pensamiento medio de la clase media argentina: “no ven que el robo verdadero lo producen las clases dominantes, no los políticos”, decía Cossa en Página 12, palabras más, palabras menos. El dramaturgo no disimulaba el sentimiento de superioridad que sentía al poder expresar tamañan verdad ajena al mediopelismo y el tilingaje. Y es que, como reza la tradición escolástica marxista, “la ideología” es el opio que la burguesía usa “para ocultar su dominación”. La mayoría enajenada a la que pertenece el taxista (y  su mujer Doña Rosa) no vería que el Poder Corrupto es el Capitalismo, no el estado, que, como ya saben bien los elegidos a los tocó la Luz, no es el verdadero poder, entonces… “¡Felices los que ven, porque de ellos es el derecho llamarse la Voz del Pueblo!”.

No pretendo negar en estas líneas que la mayoría de la clase a la que pertenecemos y de la que intentamos no caer tras cada ciclica época de ajuste, tiende a reducir toda corrupción a la corrupción de la dirigencia política. En un país corrupto, se quiere creer hipócritamente que sólo quienes ocupan cargos públicos roban. Pero este reduccionismo desde el que se sostiene que los empresarios no roban, y son entonces eventualmente preferibles para gobernar porque ya se han hecho ricos por propio mérito, es sólo uno de los reduccionismos desde los que se simplifica erróneamente la dinámica del poder político-económico criollo. El otro, y con sentido inverso, es el que ingenuamente entiende que el poder del Estado y de la Política es incomparablemente inferior al de un supuesto Mercado (¿sin política?).

Esperablemente, el arco de intelectuales, artistas y militantes k ha intentado comprender y hacer comprender desde esta base argumental   la caricaturesca y bien registrada carrera protagonizada por el ex funcionario propio que intentaba enterrar casi 9 millones de dólares en un exótico convento o casa de retiro espiritual bonaerense.

Pero, por bizarro que sea, José López es un hombre difícil de presentar como extraño al “gobierno popular”. Acompañaba al matrimonio presidencial desde la conquista de la intendencia de Río Gallegos. Cuesta definirlo como una oveja negra. Aún así, el “robo de Lopecito” debe ser representado como el robo en el que cayó el débil Lopecito, y no como parte fundamental de un sistema de saqueo de las arcas públicas. Debe ser entendido como un efecto secundario de El Robo Mayor del Capitalismo, bien difundido además por la maldita Corpo. “Uno de los nuestros traicionó, y se dejó tentar por las dádivas del Poder (Real)” o, mejor aún, es un “infiltrado de los medios” (Bonafini dixit). No empañaría entonces la lucha llevada a cabo en favor del pueblo. A esa conclusión se setiene que llegar a como dé lugar. Es necesario creerlo para que la Verdad, desde la que se supo estigmatizar maniquea y acusatoriamente a todos los que no creímos, no deba asumirse como un Error. “¡No pudimos equivocarnos tan feo!

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Tras los dichos de Barragán, Dolina, Cerruti, Bonafini y hasta de los Echarri-Duplá, el uso de la contraposición Política-Poder Económico (real) se transformó en la idea fuerza utilizada por quien todavía le da cuerpo al gobierno popular que volverá para despegarse de lo que no se puede despegar. Es desde allí que Cristina afirma que el Estado, es decir, Ella (L’État, c’est moi) no fue quien puso dinero en las manos del entonces Secretario de Obras Públicas.

Cuando alguien recibe dinero en la función pública es porque otro se lo dio desde la parte privada. Esa es una de las matrices estructurales de la corrupción a lo largo y a lo ancho de nuestra historia y de la universal”, dice la ex presidenta desde su retórica entre romántica y técnica, retórica que, convengamos, no es su criatura, sino parte de la manoseada tradición de izquierdas en general. De nuevo entonces, y como dice el célebre Prólogo, es la “Estructura” la que genera la corrupción, los funcionarios que aceptan sus dádivas son solo un ejemplo patético de cómo el Poder Privado domina al débil estado.

Y en todo caso, se ha escuchado antes sostener más sotovocce quienes aceptan este tipo de argumento (Feinamann supra, por caso), “siempre lo que un funcionario se mete en el bolsillo sería casi nada frente a la expropiación que genera contradicción principal capitalista“. ¿Cínico? Más bien encerrona ideológica obligada disfrazarse de pragmatismo popular.

Fue desde el mismo pensamiento de izquierdas, sobre todo desde el autodenominado nacional y popular, que se supieron o al menos intentaron corregir los errores a los que lleva el economicismo de la escolástica marxista.

Siguiendo sobre todo Antonio Gramsci, pero también en cierta medida alguien externo al campo de las izquierdas como Max Weber, los propios marxistas supieron restituir al Estado, a “la ideología” y a la política en general a su lugar co-constitutivo de la “base real” y el “ser social”. Fue el italiano quien desde el propio del materialismo histórico explicó que separar “formas de conciencia” de “estructuras economías” implicaba una falsa dicotomía que terminaba por anular la importancia de la política para la lucha contra el “poder burgués”.

Por su parte, el alemán, era un lúcido intelectual y político de un país en el que la propia burguesía había necesitado de la acción decidida y autónoma del Estado Bismarckiano para construir la vía alemana hacia el capitalismo nacional. Comprendía entonces que no hay un poder “determinante”, el económico, y uno “determinado”, el político. El estado y los partidos no son un mero instrumento, sino que a lo largo de la historia poder económico y poder político se han entrelazado inseparablemente para formar la estructura social tal como es.

Así, en nuestro país, pensadores como el recientemente fallecido Torcuato Di Tella, otro hombre que supo apoyar a los pasados gobiernos, siendo incluso su primer secretario de Cultura, han recurrido tanto a Gramsci como Weber para explicar cómo fue necesaria la enérgica acción del Estado para que países como Argentina, México y Brasil, pudieran industrializarse (dentro de sus límites).

Otro pensador del campo nacional y popular (e inclaudicable militante del kirchnerismo) como Ernesto Laclau, fue uno de los más brillantes y reconocidos actualizadores del pensamiento de Antonio Gramsci a nivel mundial. Para Laclau la contraposición “política-mercado” no sería más que una útil táctica para dividir aguas en la lucha popular, pero de ninguna manera una oposición “real”, si es que este calificativo puede usarse de esa forma dentro del complejo pensamiento del fallecido profesor de la Universidad de Essex.

Difícil entender entonces nuestros, precarios y dependientes, capitalismos como mera cosa de “burgueses” y a nuestros estados como los “burós” donde éstos disfrazarían sus asuntos particulares para intereses generales. Al peronismo me remito, pero también, y si se quiere ubicándolos en la otra vereda, a la Revolución Argentina de Onganía y Lanusse. También al llamado Proceso Militar: sus economistas y acólitos pueden haber tenido en mente un modelo “anti-populista”, pero lo cierto es que fue desde ese estado homicida y prematuramente neoliberal que se consolidó en Argentina la llamada Patria Contratista a la que pertenecen familias como los Rocca, los Roggio o los Macri, por citar solo algunos nombres que desde hace tiempo son parte de ese “poder burgués real” tan supuestamente liberal, pero tan realmente estatista.

El kirchnerismo gustó de definirse a sí mismo como contra-poder, la cabeza de una lucha contra-hegemónica fundamental, que como tal necesitaba de todas las herramientas de la Constitución, y también de aquellas no previstas por ese “texto liberal-burgués”, para controlar ese frío poder de las “corpos” supuestamente privatistas.

Con estructura lógica análoga pero contraria, desde ciertas “corpos mediáticas” y algunos sectores opositores, se habló principalmente de un sistema “político de extorsión” ejercido contra las empresas. Sus dueños serian víctimas, o cómplices menores, pero no parte del “poder corrupto”, meramente “político”. A la políticamente neutra economía no le habría quedado otra que transar.

Lo cierto es que kirchnerismo dirigencial importó desde Santa Cruz hacia la Nación mucho más que mera presión política (a favor del “pueblo sometido” o para “extorsionar” a los “buenos hombres de empresa”). Lo cierto es que desplegó y desarrolló un sistema de digitación de negocios que excedió por lejos la mera asociación con la Patria Contratista: la propia dirigencia kirchnerista se constituyó en la parte fuerte de la Economía Nacional. La “política” se hizo cargo de la “Estructura”. Como lo había hecho antes en Santa Cruz. En ese “lejano y puro Sur”, fue desde el estado y con “la política” que el kirchnerismo se constituyó en la “clase económicamente dominante”: contratos de obra pública en manos de testaferros, pero también apropiación de la banca provincial a partir de socios como los Eskenazi. Apropiación directa tierras fiscales, pero también control de las áreas de pesca y de las áreas petroleras.

No es necesario a esta altura repasar los nombres de los socios y testaferros. Algunos, como los Brito y los Eskenazi, o empresas como Telefónica, están bastante más a salvo que los Cristóbal López o la “metonimia” Báez –el único “privado” que se encarcelará–.

Las “matrices estructurales de la corrupción”, como la llama Cristina no son ni públicas, ni privadas, o son las dos cosas a la vez. La falsa dicotomía ha sido utilizada, de un lado y de otro del espectro ideológico para ocultar responsabilidades, justificar ajustes “meritocráticos” como el que nos toca hoy, o gobernar para controlar con mano de hierro los más importantes negocios del país. De esos que bien supo hacer Néstor recurriendo a tipos como Lopecito.   

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