Tomás LüdersOpinión: …y finalmente el kirchnerismo para seguir “siendo pueblo” se volvió antidemocrático

Tomás Lüders09/12/2015
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Claramente se están oponiendo dos modelos de concebir el poder popular. Uno democrático republicano y otro unanimista.

Uno que apela al mito de la representación trasparente y plural, y otro al de la encarnación sin contradicciones de la soberanía delegada por el pueblo.

Más allá de quién ocupe el primer lugar, he creído siempre más cercano al de la plena definición de democracia al primero. Ambos son imposibles, pero trazan caminos a seguir por los gobernantes y gobernados.

Claramente, Néstor y Cristina Kirchner comenzaron su gobierno aspirando a legitimar la concepción unanimista. La alternancia Pingüino o Pingüina suponía eso. Claro, eso era en la cabeza de sus dos líderes. Se vería luego cómo lo tomaba “el pueblo”.

Con el pasar de los gobiernos “exitosos”, a  la habitual tolerancia de una parte de la población por la vulneración, manipulación y forzamiento de las leyes se le fue sumando la conformación de un minoritario “colectivo de creencia fuerte” que compró, sin cortapisas, que la Constitución y su protección de derechos y garantías ciudadanas del poder unipersonal era solo una coartada de minorías económicas privilegiadas y procesistas para frenar la voluntad popular encarnada en el o la Líder.

Desde ese lugar el gobierno y esta minoría de seguidores se asumieron superiores a todos y todas. Y desde ese lugar se conformó una minoría privilegiada desde el seno del Estado, que era en realidad nada ajena a tener buenas relaciones con las verdaderas minorías económicas que decía combatir.

Desde el otro lado de la línea que trazaron desde allí arriba, los que no los votamos (y que somos todos muy distintos entre nosotros, pero la mayoría no merecemos ni por cerca bancarnos el calificativo de gorilas, golpistas y oligarcas) toleramos y aceptamos esta forma verticalista y a veces ilegal de ejercer el poder. Sé que existe el golpismo residual o si se quiere los ánimos “destituyentes”, pero como no soy ni gorila, ni oligarca, ni golpista, no tengo contacto con él. De lo que sí estoy seguro es que la mayoría prefiere cualquier gobierno electo por los votos a cualquier gobierno salido de los cuarteles. Creo que la mayoría aprendió la lección.

Por eso, claramente fuimos interesados en la tolerancia: lo fuimos porque creemos en la democracia, y siendo así, por republicanos que algunos de “nosotros los no kirchneristas” seamos, acepamos sin reparos el argumento de mayoría. Lo hacemos porque entendemos que el contar con la mayoría de los votos confiere una legitimidad que, nos guste o no cuál haya sido el resultado de las urnas, se acerca al lugar de lo sagrado.

Sabíamos que el 54 por ciento de los votos de 2011 no equivalía a la emanación de la voluntad de único, Indiviso y Sagrado Pueblo (que por definición pasaba a ser kirchnerista) y que tampoco el 46 por ciento restante era la expresión de conspiradores viviendo en el Barrio Parque porteño, Era simplemente un resultado y, para colmo, dividido muy parejamente. Pero toleramos esa concepción, protestamos, pero la aceptamos, porque lo contrario era negar que el voto es lo más cercano que tenemos a medir la voluntad popular, aunque sepamos bien que la mayoría no es una sola voz y pensamiento, sino la suma de muchas opiniones e intereses distintos obligados a elegir entre a, b y, a veces, también c.

Sabíamos que entre el 54 por ciento había desde creyentes en la nueva fe populista, pasando por votantes pragmáticos desinteresados por la salud de nuestras instituciones, llegando a los resignados pero preocupados por mantener el demasiado módico bienestar material de estos años. Algunos también sabíamos que se podía venir un “vamos por todo”, y sabíamos en el caos institucional social, económico, institucional y político en el que eso iba a derivar. Pero lo aceptamos también. Eso pasaba a segundo, quinto o décimo lugar en comparación con el que ocupa la casi sagrada opinión de las urnas, porque ese es el piso desde el que se construye cualquier tipo de democracia.

Pero finalmente, quienes se creyeron la encarnación de directa del Pueblo perdieron el argumento de mayoría un 22 de noviembre que todavía no digieren. Es cierto, lo perdieron frente a un candidato que obtuvo 2  puntos y medio menos de lo que obtuvieron en 2011 (aunque por 4 puntos y medio más de lo que obtuvieron 2007). No importa, los que somos demócratas plenos sabemos que ese 51,4 de votos que tiene Mauricio Macri no significa una delegación plena, que ese porcentaje no es una única voz del Pueblo Uno e Indiviso en el que cree el populista. Y sabemos que el cuarentilargo que quedó del otro lado tampoco es Uno que va en contra: allí están los creyentes k y los que vieron en Macri una peor opción que Scioli, al que estoy seguro, tampoco adoraban. Pero ese resultado es el piso desde el que se construye cualquier democracia, como ya decía, lo más parecido que tenemos a “lo sagrado”.

Y no, claro, lamento tener que aclararlo, Macri no fue el presidente elegido por mí, ni por muchos de los que conozco, que tampoco votamos por el otro candidato que llegó al balotaje. Pero aceptamos que es el candidato democráticamente elegido. Aceptamos que lo mejor para la sociedad en la que vivimos es que ese señor asuma junto a sus ministros, por impresentables que sean algunos de ellos. Porque a la alternativa la conocemos. Porque la alternativa es la Dictadura.

Lo que me llama profundamente la atención, y a esta altura digo esto con ironía, es que quienes se creyeron la encarnación plena del Pueblo ahora crean que lo siguen siendo cuando no cuentan con los votos. Y que para sostener lo que ahora ya es claramente un delirio hayan logrado inventar el Golpe de estado Democrático. ¡Felicitaciones! Rebasaron todo límite, pero saben qué, ahora no tenemos por qué tolerarlos. Están siendo indignos.

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