Tomás LüdersOpinión: Trump y la crisis del establishment

Tomás Lüders26/09/2016
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Is it for real? Sería una expresión adecuada ante el candidato presidencial estadounidense Donald Trump si los argentinos fuéramos los Americans y los Americans fueran nosotros.

Aunque todavía no hayamos dado con una definición de peronismo ajustable a la tradicional división izquierda-derecha (ni lo haremos nunca) hablar de populista de derechas nos suena extraño. Pero más extraño le sonaría a los americanos del norte el concepto de nacionalismo de izquierda…. Cada cultura parece romper con las grillas ordenadoras sumando sus propias particularidades.

Y eso es Trump, y eso fue también hace tiempo el franquismo español, el fascismo italiano, pero también el aprismo peruano, el peronismo, el varguismo, pero también los más recientes batacazos ahora en declive del PT brasileño, el kirchnerismo, chavismo y demás “populismos de izquierda”. Todos tienen en común tener como antecesores los sacudones políticos que, desde la Gran Guerra europea hacen trastabillar la grilla liberal o liberal conservadora por la que debería transitar el capitalismo “normal”. El Estado Benefactor aquietó las aguas por un tiempo, pero ya hacía décadas que el propio capital había cerrado el grifo. Lo que no previó la racionalidad tecnocrática es que el ser humano solo es normalizable por un tiempo. O en todo caso, cuanto más se lo intenta normalizar, más presión se hace para ocultar su “resto”… y como en la física (esa ciencia en la que se intentó basar la primera sociología)… toda acción genera una reacción.

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Más complejo que esta última fórmula es entender por qué las reacciones anti-establishment (en buen gramsciano, anti-hegemónicas) se orientan tanto hacia la izquierda o hacia la derecha, entendiendo aquí “izquierda” y “derecha” en el sentido deleuziano (y no el “descriptivista” liberal): o se va hacia la lucha que se identifica con el débil, y se arma un “gran polo” con todos los débiles oponiéndose a “El Poder”, o se va por el andarivel paranoide, y entonces los “verdaderos fuertes” (las bestias rubias de Hitler, los withe-poor de Trump, pero también los contemporáneos italianos que creen vivir en la Padania o los británicos pro-brexit) quieren devorarse a los usurpadores del poder y todas las lacras que han desplazado al Pueblo-Uno del centro, en el caso que abordamos toca: mexicanos y “brownies” en general, negros, quizá judíos, gais y lesbianas, sin dudas.

Decía el analista Martín Plot, un intelectual lefortiano que hizo toda su carrera académica en Estados Unidos pero que hace un tiempo está de vuelta, que cuando Trump dice make America great again en realidad está en realidad diciendo “make America withe again”. Para entender el éxito de esa fórmula de rechazo hay que considerar antes el rol jugado por la capacidad de Partido Demócrata de conjugar demandas del establishment financiero con simpatías hacia las minorías raciales, sexuales y demás luchas de lo múltiple contra lo Uno-Normal (nota para los argentinos: el peronismo no es el único movimiento político polisémico). Al decir de Laclau, los principales partidos estadounidenses son grandes “significantes vacíos” capaces de sobredeterminar demandas heterogéneas entre sí. Claro, no todo se mezcla con todo (el mix Republicano mezcla racismo y fundamentalismo evangelista con nacionalismo y negocios globales). Pero hay un significante que parece una constante: la hegemonía que ejercen los líderes partidarios pro-establishment financiero dentro de una y otra estructura.

En este punto vale recordar, y esto no debería sorprendernos, que el grueso de la élite republicana apoya a Clinton, incluidos los neo-con que respaldaron a George W. Bush. ¿Sorpresa? Ninguna. Bush aseguraba nacionalismo guerrero y conservadurismo moral, pero también negocios globales. Trump todavía es una incógnita, aunque hay quienes dicen que una vez in office cambiará el sentido del timón y girará hacia la normalidad prometida por el “fin de la historia” (el de Fukuyama, claro está, no el de Hegel o Marx). Más reaseguro aún: será el Congreso controlado por el Good Old Party quien pondrá límites a los delirios al menos a los que pongan en riesgo la estabilidad financiera necesaria para los good business.

Es difícil cuantificar el porcentaje del descontento anti-elite que representa Trump: ¿se han terminado de inclinar los Estados Unidos hacia su supuesto núcleo reaccionario? La respuesta aún no puede ser un sí taxativo. Después de todo, Bernie Sanders, el senador auto-denominado socialista (toda una rareza decirse “socialista” por allí, pero el tipo es de Vermont, no de Kansas) que se pre-candidateó con los demócratas, le hizo sombra a Hillary hasta el final y, de hecho, sacó idéntica cantidad de votos que los obtenidos por el magnate neoyorquino en su interna. Sanders prometía recuperar para su país lo mejor del Estado Benefactor rooseveltiano. Entre otras cosas, para generar empleo de calidad para la clase trabajadora. En ese punto, y solo hasta ahí, se toca con Trump. La diferencia es que mientras Sanders no quiere aislacionismo, sino democratizar la globalización, Trump le echa la culpa de todo (oh, sorpresa) a los inmigrantes de piel oscura (solo a los de piel oscura, porque su actual mujer es europea).

Debe considerarse además que hay también un aumento del caudal de votos de los partidos Verde y Liberatario (esta última es otra rareza para nosotros, rareza difícil de explicar desde binariedad “i y d”), así que, a pocas horas del primer cara-cara Hillary-Trump, parece que vale preguntarse si Estados Unidos vuelve hacia el aislacionismo racista –algo que no es exótico en estas pampas– o simplemente hay un hastío anti-elite más heterogéneo de lo que puede calcularse –y no uso esta última palabra de manera casual–

 

 

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