Tomás LüdersOpinión: “Te lo dije”

Tomás Lüders17/04/2016
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Como escribimos alguna vez en estas páginas, Macri parece haber ganado sus elecciones a pesar de los consejos de Durán Barba, y no gracias a ellos.

Es cierto, no es fácil construir un discurso alternativo, porque el anterior era un Relato Épico, y por ende de héroes y villanos. Pero más que miedo a no poder hacer algo similar (de barniz ideológico inverso), hubo y sigue habiendo temor a caer en algo parecido y saturar. Lo cierto es que ya el publicista ecuatoriano había enseñado igual que no hay diferencia entre persuadir ciudadanos e intentar vender tiempos compartidos, y la idea, no hace falta aclararlo, resultó una salida seductora para la muchachada PRO, más acostumbrada a los workshops de marketing y demás “ings” que al estudio de la teoría política (o al armado de territorio y el rosqueo de comité o unidad básica).

Lo cierto es que el anterior Narrador se presentaba como la encarnación del Bien y de una Verdad que solo podía ser comunicada al creyente. ¿El resto? malvados o idiotas útiles de los malvados. Macri apareció entonces con una “propuesta” (por darle un nombre a tanta sonrisa y globito) que se diferenciaba por prometer alegría frente a la guerra y la demonización. La táctica publicitaria resultó efectiva en el momento electoral, pero ahora que está entrando en combate parece que su Gandhismo comprado en alguna tienda Bio-chick no alcanza. El contexto es otro, la hora demanda otra cosa: “¡Es la política, estúpido!“, podríamos parafrasear a un antecesor de Obama.

La lluvia de fotos de Antonia y las mascostas no alcanza para disimular qué es lo que viene trayendo el ex alcalde de Barrio Norte bajo el poncho de plástico amarillo. Está claro quienes pagarán la cuenta y para quienes sigue la fiesta. Para colmo, en el país del cortísimo plazo la teoría del derrame no conquista votos ni entre el ABC1 más ABC1.

Al confundir incomunicación con estrategia para contagiar la alegría, Macri ni siquiera está teniendo la astucia de seguir aprovechando con claridad las “oportunidades” que le legó el gobierno anterior para justificar su programa de ajuste asimétrico. Porque, convengamos, que las calamidades heredadas fueron muchas.

Muchas, pero negadas, claro está. No podía pasar otra cosa cuando durante años dominó la postura anti-política de confundir a la política con la obediencia incólume. Desde ese fundacionalismo personalista, el error del Líder (¿y la Lídera?) solo podía ser respondido con la negación y la acusación de traición para quien la pusiera en evidencia o siquiera planteara (entre compañeros y en voz baja) que había un problema por resolver. O te quedabas como soldado fiel o desertabas.

Diferente hubiera sido la cosa de haberse construido una agrupación política en lugar de una guardia de discípulos: para la primera el error de los dirigentes puede complicar las cosas, pero difícilmente derrumbará una organización basada en la discusión de ideas y programas. Para la segunda las ideas y principios deben subordinarse a la obediencia.

Desde la Fe en el Relato Revelado discusión es “entrega”. Cualquiera que opine traiciona. No había diferencias ni matices, todo se agrupaba enfrente. De nuevo, mezclaron limones con peras y creyeron que todos los incrédulos éramos “La Derecha” o sus  “Idiotas Útiles”.

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Así las cosas, se generaron las condiciones perfectas para que apareciera como una bocanada de aire puro cualquier discurso del consenso por el consenso mismo, para que se postulara “unidad” desde los más ramplones lugares comunes (honestidad, trabajo, alegría.. ¿deporte?).

Bastaba que lo dijera quien, por recursos privados o públicos, podía aparecer allí, en algún arriba que lo mostrara con posibilidades de tomar decisiones. Por eso los candidatos fueron dos tipos tan carentes de atributos políticos (e intelectuales) como Daniel Scioli y Mauricio Macri.  Su inexistente carisma fue construido por oposición al marco de soberbia que transformaba la inoperancia propia en efectos de El Complot. Eso sí, para los Fieles la tardía decisión de la presidenta tuvo que se interpretada como lectura táctica magistral, y entonces despreciar pasó a ser Scioli era traición. Dos minutos antes de la unción, la cosa era a la inversa.

La sospecha de que esa soberbia negadora podía operar detras del débil semblante del candidato peronista fue lo que le dio al candidato de Cambiemos el punto y medio necesario para ganar.

¿El Pueblo se redujo entonces al 49 por ciento de los votos del balotaje? Si es así, habría que ver, por caso, en qué lugar de la Derecha quedan los votantes de la gran periferia rosarina en la que ganó el hombre del PRO.

Es cierto, al menos desde algunos puntos aparecieron las necesarias autocríticas. Pero la posibilidad de construir una alternativa plural frente a lo que se viene ya fue opacada por los negadores.

De vuelta al centro de la escena merced al gandhismo ajustador del oficialismo, la identidad de los Fieles parece intacta. Quienes proponen la discusión y la apertura terminaron de desplazados por quienes quieren seguir jugando el juego del héroe popular que lucha contra el Poder. Así las cosas, parecen gozar más del ajuste que el propio Ministro que propuso, entre vegano y clasista, “disolver las grasas”.

No es para menos, les importa más aprovechar la oportunidad para reforzar una supuesta superioridad moral antes que preocuparse por quienes están sufriendo primero y con más fuerza los efectos de la incontrolada suba de precios y el bestial ajuste. Llegaron para hacer lo diametralmente opuesto de lo que es necesario hacer, que es política. Llegaron decirle a todo el resto: ¡Te lo dije!

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