Tomás LüdersOpinión: Incontables, Intocables

Tomás Lüders28/03/2015
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En estos días la prensa opositora volvió a hacerse una panzada con una de las tácticas menos efectivas de los gobiernos K: ocultar información sobre lo evidente. La mezquindad y oportunismo de Clarín y afines ante éste y otros tema parece necesitar cada vez menos de la mentira ante la terquedad en la que ha caído el “gobierno enemigo”. Son entonces cada vez más las veces en las que Clarín puede manipular los hechos sin tener que falsear lo que sucede.

El tema era particularmente sensible porque se trataba de desconocer las cifras de pobreza a través de la boca de su ministro de economía, que es además un hombre de izquierdas.

Pero hace tiempo que Axel Kicillof se ha transformado en el ejecutor directo de lo que es sin dudas la estrategia más criticable de los gobiernos k: tomar medidas, más o menos profundas, pero siempre con el apuro del día, siempre sin prever su contexto, su forma y su sostenibilidad. El objetivo no es hacerlo bien, sino antes y de manera exclusiva. A ciencia cierta, no se trata de una particularidad de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, sino una característica de todo el campo político populista. Por eso los calificamos primero de populistas, y después se le intenta encontrar una afinidad ideológica, más a la izquierda o más a la derecha.

Kicillof también ha debido resignar mucho de lo postulado durante su época académico filo-marxista porque, a pesar de su radicalidad discursiva y su reivindicación afectiva del setentismo, el kirchnerismo ha terminado representado mejor las tendencias conservadoras del peronismo que sus tendencias transformadoras: la movilidad social ha sido casi nula después de superado lo peor de la crisis de 2001, y la riqueza se ha seguido concentrando en pocas manos. Se habrían atenuado bastante, aunque desparejamente, los índices de escasez material, pero casi en nada los menos cuantificables indicadores de desigualdad.

Hoy, entonces, lo que no se debe contabilizar en la Argentina son los pobres, porque su existencia no tiene concordancia con la trama del relato, que de discurso transformador de la realidad se ha terminado de constituir en su lisa y llana negación.

Aunque principal responsable, en una sociedad ya congénitamente especuladora y cortoplacista, no puede decirse que el gobierno sea el único responsable de todo lo que pasa en el país del que es acabada expresión. Sin embargo los líderes k, a pesar de tanto Néstornauta pintado en las paredes, se han encargado de construirse como los únicos héroes individuales de la Nación, de mostrarse muy vanidosamente como responsables de todo lo hecho cuando las vacas estaban rellenitas. No resulta entonces difícil que “la Corpo” logre convencer a un público cada vez más amplio de que, análogamente, son ellos los responsables de todo lo malo que sucede en el país ahora que el ganado se ha enflaquecido.

Así las cosas, la misma acusación que los intelectuales progresistas le han hecho siempre a las clases medias parece estar cabiéndole a una gran facción de aquélla. Si éstas compran gustosas los enunciados de un bien construido sentido común que busca que se identifiquen con una cúspide social a la que no pertenecen, ahora se le puede imputar lo mismo a gran parte de esa intelectualidad. No es para menos, fueron ellos los que insistieron en identificarse como protagonistas de un proyecto de poder cuyas reformas nunca fueron progresistas. El relato es su sentido común, y a más aceptación acrítica de cada uno de sus entregas por capítulos, mayor dificultad para dejar de defenderlo sin tener que tragarse altas dosis de heridas para la autoestima militante.

La Argentina de hoy no tiene entonces un proyecto para aquellos que ya no se cuentan más. Perdida hace tiempo su dignidad de clase trabajadora, el autoproclamado reformismo oficialista los conservó en su rol de “nuevos pobres” (así los sigue llamando la academia aunque de “nueva” su situación hace tiempo que no tiene nada). Les siguió ofreciendo el mismo rol que desde los 80s le ofrece una política territorial hegemonizada por el justicialismo: el de clientes políticos, ocupantes de la mano inferior del viejo escudo. Todo con el aval de la izquierda nacional, un escenario impensado durante los setentas en los que ésta dice referenciarse ideológica y sentimentalmente.

Los pobres-que-ya-no-lo-serían (porque habrían dejado de serlo, o porque llamarlos así sería estigmatizarlos, usted elija lo que prefiere creer, el gobierno puede articular para su público ambas frases en un mismo argumento)  fueron postulados como los principales ganadores de la supuesta década dorada. Es muy posible que la falsedad del enunciado no disminuya en nada el deseo de los sectores más reaccionarios de la política y la sociedad de que sean ellos los que paguen las cuentas de la fiesta que se acaba. Fiesta a la que apenas fueron invitados al brindis.

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