Tomás LüdersOpinión: elecciones 2015, de Vacíos y Pasiones

Tomás Lüders08/11/2015
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Recientemente el politólogo Eduardo Fidanza, sin dudas la pluma más interesante del diario La Nación, comparó a la demanda de cambio expresada a través de, disculpe la redundancias, Cambiemos como parte de la lógica de los significantes vacíos.

La teoría es un desarrollo del recientemente fallecido filósofo Ernesto Laclau (hombre muy afín al kirchnerismo) sostenida sobre el concepto de lengua y signo del lingüista Ferdinand Saussure y la apropiación de estos conceptos hecha por el psicoanalista Jacques Lacan. Brevemente, para Saussure un signo lingüístico tiene dos caras, una expresiva o meramente nominativa (significante) y otra conceptual (significado). Todos los significados funcionan además por oposición, sin positividades (por ejemplo “perro” es “perro” porque no es “gato”, y a la inversa) Para Lacan esta estructuración de la lengua es análoga a la de los fenómenos psicológicos.

Llevando estos aportes al terreno de la política, para Laclau un líder o entidad política cobra fuerza cuando se vuelve un signo capaz de ir vaciándose de sus propios significados para integrar bajo su nombre ( es decir su significante) demandas que son heterogéneas entre sí –para simplificar, que pueden ser de izquierda o derecha– pero que se juntan bajo un mismo nombre, el del nuevo líder, en su común oposición a un orden hegemónico.

En la Argentina de hoy, ese vacío, ese significante vacío, sería el de Cambiemos y el de su cara más importante, la de Mauricio Macri, y ese orden que se rechaza sería el Kirchnerismo. Hasta acá, no creo estar diciendo nada demasiado nuevo ni sorprendente, más allá del aporte conceptual (*). El alcalde porteño y los suyos se han encargado de ser todo lo ambiguos que resulte necesario para conformar a todos los descontentos sin ahuyentar ni a uno solo. Él y sus principales referentes están entrenadísimos en responder con frases hechas, lugares comunes y, cuando no queda otra, rodeos gramaticales pronunciados por bocas llenas de sonrisas. Le huyen a la polémica y el conflicto como quien le huye a las minas de un campo enemigo regado de ellas. 

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No es para menos, se trata de dejar felices a quienes “cobran planes” y al mismo tiempo a quienes “odian a los que cobran planes”… uno se vería tentando a pedirle a quienes se muestran como candidatos de centro que nos expliquen sus proyecto para compatibilizar lo que la izquierda y la derecha suelen mostrar como incompatible. Pero para esta estrategia, intencionalmente vacía, cualquier propuesta concreta podría volverse un flanco a golpear por la campaña del rival, o podría sonarle demasiado desabrida o (¡Dios no lo permita!) sospechosa a los votantes que están en los extremos.

Hay que decir que, hasta la fatídica noche del 25 pasado, la campaña de Daniel Scioli iba básicamente por los mismos andariveles. Pero el problema del “significante vacío Scioli” era que estaba aún demasiado relleno de “significado ultra-k”, y aunque su propia retórica era toda ella un intento por “sonar diferente”, no tenía ninguna posibilidad de desmarcarse de manera explícita y contundente. Había que seducir a “esos camporistas”, mantener feliz a la Jefa Máxima, y de paso atraer a quienes querían continuidad con cambio –es decir, a quienes no se identificaban con tanta retórica fundacional, pero no querían perder los beneficios prácticos que trajo la “causa”–

El problema que tuvo el gobernador bonaerense es que no contaba con dos cosas: que el hartazgo con el kirchnerismo estaban más expandido de lo que estimaba, y que muchos votantes, que su asesores de campaña consideraban en búsqueda de un cambio moderado, habían sopesado que los beneficios “prácticos” del modelo no eran ahora, con cuatro años de declive gradual pero continuo, lo suficientemente seductores para no optar por un “cambio más cambio”, es decir, de elegir a un candidato que no tuviera riesgo  de quedar “cercado” por un sector militante cuyas consignas jamás lo interpelaron –nuevamente, disculpe la reiteración de “cambio”, pero el problema es de lo analizado, y no del analizante–

Hoy Scioli sigue teniendo el mismo problema que antes de las elecciones: necesita de los votos de quienes son firmes creyentes de la palabra presidencial, pero tiene dificultades para compatibilizar ese 15 ó 20 por ciento de la masa votante con el resto de los sufragios, que, aunque juzgados como “desideologizados” por sus asesores de campaña se niegan a mezclarse con tanto “ultra”. Scioli quiere vaciarse, pero no puede. Tanta fraseología de la nada, no le sirvió ( “desde abajo arriba y no desde arriba hacia abajo” es una de mis preferidas). Hoy apela al miedo, es decir, la más conservadora de las estrategias de campaña. El problema es que lo tiene que hacer junto a Cristina Kirchner, que incluso ya apeló al antipático y soberbio “después no me vengan con...”. El efecto de la extorsión puede ser entonces el contrario: en lugar de miedo, odio.

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Desde mi perspectiva, que parece estar siendo la de varios analistas , creo que tanto los asesores de Macri como los de Scioli se equivocaron en juzgar el peso de los amores y los rencores en la política  y, por qué no, de los ideales y principios. Creyendo que lo determinante es siempre la economía desnuda, la pura necesidad o el puro deseo de consumo, relativizaron el peso que pueden llegar a tener lo que se “cree” y “siente” justo, bueno o malo. Apostaron a un sujeto puramente pragmático o a lo sumo en búsqueda de la pura “buena onda”, y se encontraron con un sujeto que, para bien o para mal, tiene una identidad cuyos deseos e intereses son bastante más intensos y poco “prácticos”.

La cuestión fue que, vacío por vacío, el de Macri y Cambiemos actuó como superficie de inscripción más efectiva, si se quiere más fiel, a lo que cada cual buscó expresar al margen de las frases hechas y las sonrisas. Ahora quedará por ver si el miedo es un buen compañero de la nadería. 

 

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(*) Nota: Si hilamos fino, quizá deberíamos hacer alguna correción sobre el, por otra parte válido, aporte de Fidanza. Para Ernesto Laclau un significante vacío, aún al costo de perder ciertos contenidos, tiende a homogeneizar bajo su nombre a demandas que van perdiendo peso específico (por Ejemplo, Perón llevó a que todo lo popular se subordinara a su nombre, de ahí a que durante décadas ser trabajador y ser peronista fueran intercambiables). Por lo pronto al menos, Cambiemos ha agrupado a demandas que, aún está por verse, si están dispuestas a perder "especificidad". Como todo, la capacidad de liderazgo se demuestra andando.... en el gobierno, no en campaña.
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