Tomás LüdersOpinión: El hombre sin atributos

Tomás Lüders04/06/2016
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“Ay, llega el tiempo del último hombre, del hombre más despreciable, de aquel que no dará a luz ninguna estrella”.
Frederick Nietzsche
“¿Qué es una estrella de cine? Algo que puede fulgurar y enceguecer aún no siendo nadie. Especialmente si es nadie”.
Vidal Sassoon

No es bueno en ningún arte, y lo admite. No le importa la política, dice, le importa el rating, agrega sin tapujos. Hace menos de diez años jugó junto a nosotros a la causa solidaria, pero ya ni eso. Es cierto, se sabía desde el vamos que sólo se trataba de ver la carne frotándose en medio de la riña. El objetivo “latente” se yuxtaponía al manifiesto, pero aún necesitaba la fachada. Ahora, ahora, dice, se trata de rating. Nada que disimular. Lo querés, lo tenés. Yo gano con eso, y vos lo sabés. Tu plus es mi plus.

Es el fin de la ideología. Ya no hace falta mentir para estupidizar. Alcanza con invitar al goce. La mierda no se tiene que pintar de dorado, se la tira todavía caliente para que nos la frotemos gustosos sobre la cara. Este año le tocó a un ex popstar cocainónomano burlase de su condición de potencial homicida al volante, y casi le toca el turno a una ex fiscal a cargo del caso más estridente en un país regado de casos estridentes. No importa, hay que cagarse de risa nos dice el hombre sin atributos. Palabra clave: la acción de cagar, no la risa.

Una ensayista decía hace casi diez años que lo del conductor no era humor político, era mera exageración de rasgos y tics. Y el conductor, que jamás leyó a la ensayista ni empezó a entender lo que decía, ya lo sabía. La diferencia es que ahora no lo disimula. Es trasparente, no necesita engañarse (eso lo supimos siempre) pero tampoco sentir que tiene que engañar. Y esto estaría siendo lo más nuevo.

No hace falta ya jugar el jueguito ideológico, que convengamos, hace tiempo venía funcionando más por interpasividad (todos jugamos a hacer que aceptamos el enunciado ideológico sin creerlo verdaderamente) que por “opiosa” creencia. Pero ese miserable “hacer que” al menos evidenciaba la presencia de cierto tabú frente al regodeo con la grasa del capital. Al menos había que bañarse y confesarse antes de la misa del domingo o, si ya se era agnóstico, torturarse neuróticamente tras la panzada.

Ahora no hace falta. Hace poco lo recordaba bien en el ex Normal un reconocido psicoanalista: ya ni vergüenza tenemos.

Como dirían en la tierra de Donald Trump: shame on us!

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