Tomás LüdersOpinión: “Nosotros en singular”

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Hay dos factores en común entre el discurso del kirchnerismo más “ideológico” y el discurso del sindicalismo argentino: la autorreferencia en singular y la grandilocuencia.

 

 

Que esto no se tome como una crítica, sino como una descripción de la que puede dar testimonio cualquier persona que haya escuchado los discursos de la tarde del 29 en Buenos Aires. La carta de Cristina Kirchner hacía referencia además de a sí misma -como es habitual es una alocuciones-, a “ÉL”.

Y es que casi siempre las medidas tomadas por un gobierno que se equivalencia al Pueblo y que hace una defensa a ultranza de las construcciones colectivas contra el individualismo liberal, son sin embargo, exhibidas como un éxito exclusivo de la genialidad de uno, o mejor dicho de una, inspirada por otro uno cuya presencia es más fuerte su ausencia: aquel cuyo nombre no necesita ser mencionado, dada su excepcionalidad -similarmente a lo que la tradición judeocristiana prescribe para su dios-.

Siguiendo a teóricos del moderno populismo progresista como Ernesto Laclau (uno de los diez filósofos políticos más reconocidos del mundo, y miembro de Carta Abierta), podemos decir que el discurso de kirchnerismo, a diferencia de la desapasionada y tecnocrática retórica que suelen exhibir los líderes de la socialdemocracia argentina o el carácter descafeinadamente pluralista de su discurso programático (siempre haciendo énfasis en la posibilidad de representar, quizás demasiado ingenuamente, a los de abajo y a todos “los diferentes” sin antagonismos con los incluidos y los más favorecidos), el dispositivo enunciativo del kirchnerismo se caracteriza además por la construcción de un “todos” legítimo –“los de abajo”, “ el pueblo”- enfrentado a quienes en nombre de sus propios intereses particulares, se dicen los mejores para detentar el poder (aquello que un tanto simplificadoramente se suele agrupar bajo el significante “derecha argentina”).

El factor que más polémico de los laclaucianos y otros defensores del por ellos mismos llamado “populismo” (que no se tome este nombre de forma peyorativa, los textos de Laclau igualan la verdadera y legítima política con las formas populistas de ésta), es que este tipo de representación de “los de abajo” se articula necesariamente desde un arriba excepcional encarnado en la figura del líder. Es decir, depende de la supervivencia y voluntad exclusiva de una sola persona. No resulta necesario mencionar los riesgos de este tipo de construcciones de poder. Además claro, de que una de las principales consignas de la izquierda argentina, incluso, claro, de la hoy también peyorativamente denominada “setentista”, es que las representaciones verticalistas y personalistas restan autonomía a los sectores populares supuestamente representados. ¿Qué será de ellos, tan dependientes del UNO de arriba cuando el ciclo vital de éste o ésta se extinga? Cabe mencionar, que este tipo de articulaciones no suele dejar lugar para la formación de nuevas y autónomas generaciones de líderes populares. Por esa razón el “significante” peronismo se llenó, durante el exilio, y luego de la muerte de Perón, de tan diversos contenidos: nacionalismo, marxismo… neoliberalismo.

Hoy, a similarmente a lo que ocurrió con el peronismo de los 40s y 50s, el personalismo es de un binomio que funciona sin contradicciones aparentes. Por fortuna, la desgraciada extinción de la parte masculina ocurrió en un contexto más pluralista que en el de aquella época, uno en el que las capacidades ejecutivas de las mujeres no son tan cuestionadas como en aquél entonces. //En el caso del discurso del sindicalismo argentino, la equivalencia entre líder y trabajadores sigue el mismo esquema: “representar” no es reflejar la voluntad popular de los de abajo (como pretendían los teóricos de la democracia del periodo iluminista), sino construirla desde arriba. La principal diferencia está en que quizá, por las limitaciones retóricas de sus enunciadores, este centramiento en el yo de los de arriba es desembozado y carente de la riqueza argumentativa que, a veces, exhibe Cristina Kirchner. No hay ningún tipo de ocultamiento ideológico: “yo soy el mejor, porque soy el más fuerte, y eso le conviene a los míos”.

Si bien Moyano dice que lo suyo era un acto de los trabajadores, la apertura comenzó con una suerte de panegírico en vida sobre el líder camionero, al que sólo se le faltó la atribución de algún milagro para santificarlo en vida. Poco antes, cuando se anunció el acto del día de los trabajadores celebrado, irónicamente, en el día de los animales y ñoquis, uno de los voceros del camionero mencionó que esto era, sin vueltas, “una demostración de fuerza”, todo en un contexto en el que los líderes gremiales están siendo investigados por delitos como la falsificación de medicamentos y por su, ostensible y difícil de fundamentar, enriquecimiento, y en el que el gobierno siente necesidad de buscar aliados un poco más leales y menos interesados que los líderes sindicales, quienes, más allá de lo que se vocifera, no dejan de ser socios meramente estratégicos, y no ideológicos. El mensaje, palabras más, palabras menos, era “no se metan conmigo”. Con su ausencia, Cristina dijo “ok” a medias.

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