Tomás LüdersLecciones de la Crisis: el juego del espejo

Tomás Lüders01/09/2018
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“Este desarrollo es vivido como una dialéctica temporal que proyecta decisivamente en historia la formación del individuo: el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad —y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental. Así la ruptura del círculo del Innenwelt al Umwelt engendra la cuadratura inagotable de las reaseveraciones del yo”.
Jacques Lacan, “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica” (1949)

 

 

Crisis doblemente autoinfligida, la nueva debacle económica era augurada por el anti-kirchnerismo ultra desde bastante antes de diciembre de 2015. “Les tendría que explotar todo a ellos”, decían casi al unísono después del diez de ese mes, sin tener que explicar, para nada, quiénes eran “ellos”. Parecían más deseosos del fracaso ajeno, que felices por el triunfo electoral considerado propio.

Por su parte, el kirchnerismo ultra también auguraba algo similar, pero en este caso se trataba de predecir cómo un gobierno de ricos iba a erosionar, con mayor o menor velocidad, todas las conquistas del “modelo popular”. Hacia atrás, ni una crítica. El deseo estaba puesto en poder subirse al púlpito para lanzar un gran “te lo dije”. Hoy muchos están más solazándose que preocupándose por un sufrimiento colectivo que será, cuándo no, muchísimo más agudo entre los siempre pobres.

En un punto esencial, ambos terminaron teniendo razón. La cosa se vino abajo. En eso son simétricos de manera directa. Pero también son simétricos en lo que se oponen. Simetría inversa, que es de lo que suelen tratarse casi todos los reflejos, en invertir lo idéntico.  No hay identidades positivas, y ese vacío del ser convoca a buscar un “exterior constitutivo”, dicen desde el posestructuralismo. Extimidad, dicen desde el psicoanálisis: la falta de una intimidad originaria demanda fundar lo propio e íntimo en lo que no se tolera desear: “no sé lo que soy, pero definitivamente no soy eso”.

Kirchnerismo y anti-kirchnerismo son el último avatar de una dicotomía que se repite y repite. Repetición de la que muchos argentinos parecen gozar morbosa y trágicamente. Estamos dispuestos a lo que sea con tal de que el otro reproduzca casi como calco nuestro deseo inconsciente de un antagonista íntimo.

Hasta altura hay pocas dudas de que, más allá y más acá (y no independientemente) de esta dialéctica identitaria sin resolución positiva, cada uno de los últimos gobiernos reprodujo de manera simplificada y grotesca el otro ciclo nacional, el de distribución sin desarrollo sustentable ni reforma progresista estructural y el de pseudo-ajuste y distribución inversa (de abajo hacia arriba) sin desarrollo sustentable ni, obviamente en este caso, reforma progresista estructural.

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Pero que este ciclo político-económico no sea independiente de la disputa de egos contradictorios que se necesitan –que se odian en su desearse y se desean en su odiarse– tampoco supone que sea el resultado del jueguito identitario. Para decirlo con ejemplos, al gobierno de Macri le viene fantástico que la gente hable de “flaneros”, y puede que hasta algunas líneas de gobierno creyeran en eso de que llegaban para lavar las culpas populistas mientras se felicitaba al buen alumno-votante. Pero lo cierto es que todo gobierno necesita generar o reforzar una identidad como un engranaje necesita del aceite. El macrismo necesita de las creencias, sin estimularlas la cosa no avanza, pero no está ahí para cumplir con lo que piden los creyentes. O, sí, pero no con la finalidad asumida por el votante. Volviendo a la contundencia de un ejemplo, no se trataba de empezar a pagar el “precio justo” por los servicios públicos, sino simplemente de pagar mucho por ellos. El beneficiario, claro, no es meritócrata del llano.

Tampoco se trata de afirmar que estamos frente a una debacle de deliberada y planificada. Aunque se busca desde el comienzo distribuir hacia arriba, nadie llega al poder para tener que irse en helicóptero. Que la JP Morgan a la que pertenecen funcionarios y ex funcionarios esté entre los que encendieron la mecha de la última y gran disparada del dólar nos habla de la lógica de hierro con la que funciona el capital financiero, pero no de un gobierno, ni un conglomerado de intereses internacionales, que programa, cual relojero malvado, una debacle. Allí está el Fondo respaldando a un presidente al que ya le habría dado la espalda si no lo considerara “de los propios” (cfr. todo lo contrario a lo que sucedió tras 2001). Que esto último terminará en beneficio de unos pocos y en gran perjuicio de la mayoría no es otra cosa, pero tampoco es lo mismo.

Lo análogo se puede afirmar del kirchnerismo, aunque no debe dudarse de que Cristina Fernández terminó creyendo en lo que decía y se le decía (otro ejemplo para ilustrar: mientras que la entonces presidenta se fascinaba en 2008 con los textos y comentarios de Carta Abierta, Néstor Kirchner no veía en este grupo de intelectuales más que a un grupo de diletantes “sin calle” que le resultaban funcionales). Aunque varias líneas de aquel gobierno y la última y definitiva de sus líderes hayan creído que el objetivo original era favorecer “al pueblo”, lo cierto es que el engranaje comenzó y terminó respondiendo a la lógica más elemental del poder político: retener el gobierno como sea y recurriendo a lo que se pueda.

Así las cosas, comienza a llegar el fin de año con todos los peores fantasmas del pasado volviéndose a encarnar. Y mientras una enorme mayoría de los argentinos se funde en la melancolía casi clínica  –ya no se puede gritar “que se vayan todos” porque fuimos nosotros los que volvimos a votar a esos “todos”– los que siempre persisten en montarse una identidad sobre nuestras limitaciones como país encuentra una nueva oportunidad para que el juego alcance un nuevo clímax.

 

 

 

 

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