Tomás LüdersLa Clase Media y la Cumbia: la identificación distante

Tomás Lüders30/09/2018
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La besaste junto a nuestra foto de Europa
Y le diste masa en mi colchón
Y ahora las mañanas ya no son las mañanas
Ya no tienes mi presencia que sana

(…)

Y ahora querés volver
Pero tomate el palo, y ahora tomatelo
Y ahora tomate el palo, y ahora tomatelo
Y que Dios te bendiga, y yo te digo adiós

“Tomate el Palo”, Miss Bolivia

 

Yo sé que le falte a su amor tal vez porque a mi otra ilusión me sonreía

Y no pensé que sin ella en mi vida se me acabaría el mundo

Yo sé que estas arrepentido y duele
Pero ya no eres nadie en su vida
Ella encontró por quien vivir
Y el que la busques ya es un absurdo

Olvidala
No es fácil para mí
Por eso quiero hablarle
Si es preciso rogarle
Que regrese a mi vida

“Olvidala”, Los Palmeras

 

La han vuelto bailar desembozadamente en el tercer milenio. Los chicos y no tan chicos de las clases media y medio-altas incluso arman bandas para tocarla –con sus derivas, versionan hacia algo festivo e “irónico”, o hacia algo festivo, pero a la vez, “políticamente contestatario”– estos sectores que definen, industria cultural mediante, el gusto legítimo parecen haberse distanciado del clasismo siempre latente bajo la crítica estética que expresaban frente al “género tropical” los escuchas de Spinetta o, incluso, del mucho más rústico Pappo (fue el Carpo quien dijo que un país entraba en decadencia cuando empezaba a escuchar cumbia).

En el segundo caso, quienes por ahí circulan, incluso creen abrasar cierta esencia de lo popular. Una suerte de identificación, posmo, menos solemne y más celebratoria, con el oprimido (la continuación post-lumpenización neoliberal y por-la-fiesta de Los Jaivas). Quienes están en esta posición, hay que decirlo, logran incluso obtener algunas innovaciones estéticas interesantes, por ejemplo, cuando la fusionan con otro género incorporado por los sectores populares o directamente marginados, como el hip-hop, o con géneros introducidos por su propio sector (y en su momento mejor recibido por la industria discográfica), como el rock, o con géneros directamente introducidos por el mercado que tiene a su “segmento” como “target”, como el electro-pop.

Sin embargo, en las dos posiciones se mantiene la distancia con el “Otro popular”. En la primera, la actitud es de casi burla. Se la canta y se la baila irónicamente. Se la sabe algo menor, y por eso se la reserva para la borrachera de la fiesta. Nadie se conmueve en serio con ella, eso sería cosa de quien vive más allá del country, ese que durante esa noche de fiesta solo entra para servir y limpiar.

agapornis

Sin embargo, en el segundo caso, la “valorización” de lo popular no deja de ocultar la tradicional condescendencia y paternalismo de la progresía argentina con su Otro menos favorecido. Basta comparar las letras de las cumbias efectivamente hechas por bandas nacidas entre los sectores populares y las letras bandas surgidas de las clases medias. Las primeras usan el “tú”, buscan distanciarse del sociolecto y la entonación barrial (me refiero las bandas clásicas, nuevas y viejas), suelen esforzarse en usar adjetivos y expresiones que se consideran sofisticados, distintos de los cotidianos, en cambio las segundas exageran al acercarse a los modismos que siempre pasan por el voceo y la jerga considerada “de barrio” (para poner ejemplos conocidos, compárense las letras melosamente melodramáticas de Los Palmeras con las neo-cayengues de la universitaria cantante de Miss Bolivia –el libro a leer es el Lenguaje de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, con su incisiva crítica al uso del lunfardo en el tango–). Nota aparte merece lo de la celebrity-cool de ocupación indefinida Natalia Oreiro, que se limitó a reproducir con su limitada voz los temas cantados por la desaparecida Gilda: sin innovación o cambio estético alguno (bueno, solo uno, se mejoró la masterización de los temas, pero se reemplazó la digna voz de la cantante original por la muy limitada de la Oreiro) el movimiento de la mujer que no elige para su hijo nombres que elegiría un verdulero (sic) se limita a una suerte de parcial identificación etnográfica, postura que apenas logra disimular su racismo bajo la chachara progre-palermitana: lo mismo para quienes, ahora sí, aprecian a sana distancia lo “popularmente valioso” de los temas inncesariamente regrabados de la cantante popular. ¿Se habrán sumado a los altares hogareños de Palermo-Soho estampitas de Santa Gilda junto a saumerios y budas?

Para el que está afuera realmente del juego de clases local, para el extranjero europeo o norteamericano que, al ritmo de la devaluación, volverá a llenar las calles del Barrio Norte porteño y sus alrededores (Cataratas, Patagonia, quizá Rosario…) la diferencia no asumida internamente, directamente no existe. La Cumbia es lo autóctono en bloque, el juego de las distancias no se comprende en lo absoluto: lo latinoamericano es lo tropical, lo caliente, lo rústico y simple. Culturalmente, el caribe colombiano y la llanura pampeana son variaciones de lo mismo. Ellos la bailarán, la cantarán – entrar en estado de fiesta es una de sus principales razones para venir–. Algunos lo harán sintiéndose más cerca del modo de ser del Oprimido, es decir, de modo análogo a la actitud de clase del progre, otros, de modo análogo al “cheto”, lo harán para sentirse más cerca de su propio “interior salvaje” durante la borrachera de excursión turística. Ambos tendrán en la amiga o el amigo de clase media a su referente nativo bilingüe (de la UCA o de la UBA, dependiendo del caso), al representante de su Otro menos civilizado, sin demasiado reconocimiento de matices. Verán en él o ella su lado salvaje o la falta que tratarán con condecendecia, pero nunca se sentirán iguales.

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