Tomás LüdersJogo Bonito

Tomás Lüders11/07/2014
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Escuché a los muchachos –uno a esta edad ya les dice “muchachos” a los jugadores, porque son todos más jóvenes que uno– repetir distintas versiones de la frase “el domingo es a todo o nada“. Creo que hasta alguno la dijo textual.

Hoy parece quedar claro que la profesionalización de la pasión futbolera llegó a casi todos los rincones del mundo. Con semejante panorama… ¿no está ya muy bien estar entre los dos mejores ¡del Mundo!? Me explico, claro que lo buscado es ganar el domingo, pero si no se trae la preciada Copa se traerá un segundo lugar del torneo deportivo más importante de todo, absolutamente todo el planisferio. Eso después de ganarle con justicia nada más y nada menos que a la Holanda de Arjen Robben.

Si no escuché mal, Maxi Rodríguez, uno de los chicos-héroes del momento, hasta gritó un: “no importa jugar bien o mal, lo importante es ganar“… me dio algo de pena eso de que no permitirse jugar (bien) un juego…. ¿La gloria es, solamente, la victoria total sobre el otro? Y hablando de héroes, espero que los muchachos lo sigan siendo sin importar cuál sea el resultado del domingo;  nuestro país ya ha deglutido demasiados chicos-héroe.

Obvio que a este partido hay jugarlo entero, pero se trata de superar al rival ¡jugando! y esa es la gracia y la maravilla del fútbol… ¡que se trata de un juego! ¿Cuál será la gracia de ganar con la mano o simulando una falta? Eso no es ganar al fútbol, eso es hacerle creer al otro que se le ganó: el tramposo engaña al rival y, más que tonto, se engaña a sí mismo. Pero bueno, ahora hasta les enseñamos a los chicos que la “trampita” es parte de la cosa. “¡Tirate , gil!” Y ahí está el resultado, hoy la cancha de fútbol parece un escenario repleto de “prima-donnas” que chillan ante lo que sea. Y ni hablar de los que se tiran a matar. Entre actores de melodrama y homicidas de la “plancha”, ni con las mega-zoom actuales es posible saber qué pasó realmente cuando se cae un jugador. ¡Vaya cosa de machos!

Creo que fue Friedrich Schiller, un alemán, el que dijo algo así como que “lo importante es que el hombre se ponga así mismo como actor en el gran juego del mundo”. Lo dijo a fines del siglo XVIII, después de haber visto rodar demasiadas cabezas durante el apogeo de la Ilustración, eso que Immanuel Kant, otro alemán, había llamado “la mayoría de edad del hombre”, el período de la humanidad que iba a terminar con todos los males de la historia. Qué irónico que hayan sido los germanos, que entonces aconsejaban templanza a los franceses porque veían la revolución desde afuera, los que durante la primera mitad del siglo XX terminaron llevando al extremo eso de hacer de la vida una lucha a muerte contra el Otro.

Quizá, y digo quizá porque quienes me conocen saben que no sé absolutamente nada de fútbol ni de cualquier otro deporte, quizá el haberse tomado el partido, de la pelota y la vida, demasiado en serio, demasiado alejado de cualquier placer, fue lo que hizo que el seleccionado verde-amarello, el de la eterna alegría, terminara “sepultado” en siete goles. A mí por lo menos la cosa me gustaba mucho más cuando uno podía imaginarse a nuestros rivales como seres divertidos, lejos de la melancolía y la solemnidad del tango, bien cerca del jogo bonito y bien lejos de nuestra tristeza gris. Era cuando los brasileños nos superaban antes de salir a la cancha porque eran esos contendientes que lo hacían para divertirse, no para destruir. Queda claro que hoy no es así. Supongo que ya no les tenemos que envidar demasiado la alegría a o mais grandes vecinos do mundo. ¿Habrán perdido definitivamente la sabiduría del carnaval? Escuchar a los brasileños silvar a su equipo en Mineirão frente a lo que en realidad fue un fracaso colectivo me hizo recordar a lo que hizo este país después de Malvinas. Se ve que el fútbol se ha transformado en la realización del nacionalismo guerrero por otros medios.

Tal vez yo a esto lo veo así porque desde siempre me opongo a eso del “hincha-azul que hace su patria dejando afuera al hincha-rojo”. Eso de que “la competencia está en nuestro Adn” es un mito que insistimos en enseñarles a nuestros chicos, una ficción que repetimos tantas veces que terminamos por volverla una realidad de nuestra cultura. Y la cosa va in crescendo: hoy en el fútbol, en las figuritas o con la Wii pasamos de “gastar” al derrotado a decirle que “no existe”. Por eso acá y también por allá, la Patria puede ser cualquier cosa, lo que seguro no es, es el Otro.

 

 

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