Tomás LüdersEstilo M: Perritos e hijita en el Despacho y el perfecto enemigo en frente

Tomás Lüders24/01/2016
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Decían Martuccelli y Svampa en La Plaza Vacía (1997) que los líderes de popularidad, más que de política, hablan de sí mismos y de su vida personal.

Difícil encasillar bajo ese calificativo al estilo K de Néstor Kirchner, quien en un momento de crisis total de legitimidad institucional, supo utilizar su propia popularidad para construir el poder institucional y territorial del que carecía. Fue un líder popular y político, pero no habló la gramática del marketing enlatado.

Cristina Kirchner fue sin dudas una persona que en su discurso priorizó el “yo” por sobre el “nosotros”, reduciendo de hecho “la construcción colectiva” casi al acatar: “unidos y organizados” era el lema del colectivo obediente. Personalista, pero no típicamente mediática.

Hubo, claro, en Cristina más lugar para lo personal y hasta cotidiano, pero siempre, o casi, enunciado desde una escenografía más vale monumental y grandilocuente que intimista. Desde lo alto bromeaba sobre las propiedades afrodisíacas de la carne de cerdo, daba consejos médicos y hasta sostenía que incluiría, ella sola y por su sola decisión, una vacuna más en el Calendario Nacional de Vacunación por el solo consejo de su nuera. Entre una cosa y otra llamaba a resistir contra Buitres y medios concentrados.

bala

En este sentido, había en los Kirchner un trasparente perfil político orientado a la construcción de unanimidad. Durante la presidencia de Néstor, la buena imagen ante la opinión pública se utilizaba para golpear al adversario (jueces, gobernadores, organismos de crédito, sindicalistas, peronistas no leales, etc.), se usaba el “Ideal” de consenso para después negociar de espaldas a ese ideal: si a los Jueces de la Corte Suprema se los obligó a irse, la soga en la mano se utilizó solo como amenaza ante los jueces federales. Los de la servilleta de Corach terminaron limpiando la boca propia casi hasta el último plato. Fue la política de la trasparencia apuntalando al “poder real”.

No sé si Cristina terminó de entender la lógica del golpear primero y negociar después. Uno solo puede conjeturar que se creyó lo suficientemente fuerte y legítima como para golpear sin negociar. Así las cosas tuvieron otra épica, pero en algún momento los resultados dejaron de ser los esperados. Después de todo, de haberlos tenido no estaría Macri ahora en su sillón presidencial haciéndole caballito a Antonia, previo paso por allí del perro Balcarce.

Macri había sido el perfecto enemigo que ayudó a construir su marido. El Pro, recordemos, es un partido nacido en 2003, y Néstor pensaba que era mejor que esos “chicos bien” existieran, después de todo, se llevarían la tajada de la porción electoral que nunca podría devorarse él mismo. Mejor era dársela a un partido chico con un perfil de derecha (cool y amable, pero de derecha) que dejarla disponible para que se la lleve un peronista capaz de hacer lo que hasta entonces solo sabía hacer el peronismo: sumar por abajo y arriba.

No se suponía que el hombre formado en el colegio Newman se quedará con esas porciones del electorado propio.

Macri Presidente ya ha presentado su estilo. Hacer política es hablar desde el sentido común, y sobre todo nunca aburrir. Se es conciso, y se es todo lo relajado que se puede ser. Los malos tragos no deben empañar la revolución de la alegría.

El pesimismo se ahuyenta desde la sonrisa confortable esbozada desde el hogar o llevando el calor del hogar hacia la misma Casa de Gobierno.

Sin embargo, aunque los del PRO desconocen el postulado de Laclau, ese que dice que hay que construir un enemigo para alinear a la tropa propia, sin dudas lo han intuido. No sé si lo hicieron antes de ganar o si lo han hecho sobre la marcha. Pero han comenzado a capitalizar la estrategia.

Entonces montaron el patíbulo, y el enemigo se subió solo. Sucede que son mayoría los argentinos que entendieron que “agrandar” el Estado, “democratizar” la justicia y “pluralizar” los medios fue poco más que manipulación para construir unanimidad sin explicar demasiado para qué. Hacer política terminó reducido a decir que cada cosa que se hacía por el bien del “Pueblo”. Se ve que los pibes para la liberación se la creyeron tanto como Cristina y se olvidaron que la cosa iba por otro lado.

Entonces sucede que es solo un grupo muy consistente pero muy chico el que se indigna cuando se modifica una ley por decreto, como la que regulaba el funcionamiento de la Afsca, o se designan vía DNU a dos ministros para poner al frente del órgano más importante del tercer poder de una República. O cuando se hecha gente a diestra y siniestra desde las oficinas estatales (pagando justos, pecadores y tipos del montón en la volteada sin anestesia, y fajando a todos). A Doña Rosa la cosa le calza justo (“son todos ñoquis”) y a los “tibios” que pelean el mango con menos rencor la cosa les pasa por el costado.

Y es que cuando se cree que se es el Ideal y se deja de discutir cuál es ese Ideal, cuando no se tolera la discusión, cuando se juzga que el rendir cuentas es pacatería anti-política, entonces o generás indiferencia y saturación o directamente rencor.

Ahora Macri es presidente, y la indignación del adversario termina siendo la mejor prueba de lo fértil que resulta el terreno para su estrategia de sonrisas para todos y palos para “los malos”.

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