Tomás LüdersOpinión: La Argentina Prozac

Tomás Lüders24/11/2014
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El país dejó atrás los años de ímpetus a favor y en contra del poder de turno. Poder resistido y amado en su momento por una valoración inversa de lo mismo: su vocación por perpetuarse.

Pero hace tiempo ya que de un lado y otro se viven días de resignación. Todos percibimos que este largo ciclo solo generará un resultado que dejará insatisfechos a todos, y los eventuales herederos ni se molestan en hacer promesas. Se limitan a comunicarse mediante alegres simbolitos (+A, > ), frasecitas simpáticas y mucho, pero mucho colorinche, sobre todo naranja o amarillo.

El remolino pasional de los 8Ns, 13Ns y ventipicos D o de los Néstornautas del bicentenario se acabó hace rato, y estamos sumergidos en la depresión absoluta. Angustiados y desahuciados porque la Parusía no llegó, solo nos queda la esperanza química del marketing político.  avatar

El país necesita de ideas y decisiones, pero la otrora nación más culta de América carece de inventiva para generar ambas cosas.

En un mar de nada, el publicista es el único que se entusiasma con proyectar power points que le ponen nombres distintos y cool a un mismo y trillado concepto: dejar contento al cliente. Desde su perspectiva, lo de la ideología política ya fue, tuvo su revival con el kirchnerismo, pero ya pasó. Hay que prometer veredas limpias y calles seguras. Las metas son concretas y para mañana y nunca, pero nunca, hay que perder el tiempo explicando cómo se van a conseguir.  “¿Está loco? Cállese la boca y trate de sacarse una foto con Tinelli”, le dice el asesor al último candidato que pronunció la palabra “programa”.

Sin tener de qué agarrarse, los candidatos de cabezas timoratas o huecas se limitan repetir argumentos circulares: “la gente no quiere grandes consignas, ni tiene ganas de escuchar o leer planteos complicados”, dice el asesor, y el candidato repite: “mejor que hablar, es hacer”. Sin embargo, se habla mucho y lo que seguro no se hace es pensar antes de hacer.

El candidato se convence entonces de que la gente es tan estúpida como su eslogan. Convicción miserable, termina volviéndose una profecía auto-cumplida: todos creyeron que la cultura del entretenimiento era irreversible y se apuraron para volverse sus más eficaces operadores.

Podría decirse que el kirchnerismo, con su reivindicación de “la política” fue la excepción. Pero solamente tiró el manual de publicidad para desempolvar el de propaganda. El slogan fue reemplazado por el lugar común de la consigna (“Patria o Buitres”, por caso) y el acrónimo (PRO.CRE.AR, PRO.GRE.SAR,  ¿ENAMORAR?). Por eso, aunque revolvió el viejo baúl de las ideologías, no dejará ni una sola idea programática. Hoy hasta su núcleo duro asumió que no le queda otra más que tragarse la pastillita naranja.

El país depresivo se sabe entonces condenado a perpetuar los mismos problemas de siempre. Después de una década larga bajo un Estado que habló con retórica refundacional, solo estamos seguros de que seguiremos estando cada vez peor. Aunque no sobrevenga un nuevo 2001, igual sentimos lo inevitable del declive. Eso sí, vendrá con globos, papelitos y sonrisas. Nada de marchas solemnes, escudos y banderas.

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