Por Tomás Lüders
Que la economía argentina es una economía cada vez más orientada a la especulación y menos a la inversión productiva, no es una novedad. Y que en el exterior existen quienes están a la caza de miserias ajenas para especular con ellas, tampoco.
Lo preocupante es que el Gobierno parezca descubrir esta lógica recién ahora. Que sea recién ahora (cerrando este 2014 con una inflación desbocada del 40 por ciento) cuando se toma nota que este fenómeno –al que todavía se llama oficialmente “reacomodamiento de precios–, es… ¡ problemático!.La inflación atenta contra quienes apuestan a largo plazo, y favorece el negocio inmediato de quienes –y disculpen la antigualla– son expertos en la “timba financiera”. Y de hecho, la inflación tira los huevos al piso del nido productivo y mientras le da de comer a los pichones de buitre, porque desestimula la inversión genuina y favorece la especulativa.
En un mercado que se ha seguido concentrando en las manos de quienes son expertos en medir el minuto a minuto no puede resultar una novedad entonces que hoy los argentinos estén comprando sus productos básicos al mismo precio que en París.
Parte de la historia es repetida, porque son demasiados los gobiernos nacionales que padecieron el juego especulativo.
Pero parte de la historia no lo es, porque el kirchnerismo gobernó en un marco de abundancia inédita y de concentración inédita del poder político e interventor del estado. Aunque haya jugado siempre al contra-poder, el kirchnerismo fue de hecho el poder más importante durante la última década larga. Le cabe entonces toda la responsabilidad de lo que sucede. Que las bestias volteadoras existen, existen, pero nadie hizo tanto por empollarlas.