Tomás LüdersAnálisis: La violencia no tiene dueño… ¡sálvese quien pueda!

Tomás Lüders23/01/2015
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De las “apariciones públicas” de la presidenta tras la misteriosa muerte del fiscal que acababa de acusarla, la opinión pública parece haberse concentrado en un aspecto: la modalidad elegida.

No es menor, más allá de que como todo tema de importancia debamos verlo manipulado una y otra vez por nuestro lastimoso periodismo. Y es que, al optar por un canal de comunicación que utiliza en lo cotidiano cualquiera de nosotros tanto para felicitar a un conocido para su cumpleaños, como vender una bicicleta usada o publicar las fotos de nuestras vacaciones,  la jefa de Estado se corre del lugar de excepcionalidad para el que fue elegido (representante del total de los Argentinos), y lo hace en un momento –y no fueron pocos–  en el que su liderazgo se ve sometido a sospechas que lesionan gravísimamente la legitimidad de ese mismo lugar de excepcionalidad que ocupa.

Pero los dispositivos utilizados, Twitter y Facebook , son solo uno de los elementos que corrieron a Cristina Fernández del lugar central que debió ocupar. El segundo, y creo que el más importante, es la modalidad enunciativa empleada: hablar como una ciudadana más para trazar hipótesis en público como lo hace cualquiera de nosotros en el café, la peluquería o esas mismas “redes sociales”. Y al afirmar, “sin ninguna duda pero sin ninguna prueba” (dixit), que la muerte de Nisman fue parte de un complot en su contra solo suma mayor confusión y sospechas a un contexto en el que confusión y sospechas son lo que abundan. La propia jefa de Estado, por lo demás ya implicada en el asunto como parte sospechada, nos está diciendo como al pasar, que ella también sabe que pasó algo muy serio…. pero que su gobierno no tiene los medios para poder resolverlo. Se identifica con uno más de nosotros, siempre tan dispuestos revelar nuestra impotencia mostrándonos con el reflejo inverso de creernos poseedores de una verdad que no se cree ni el peluquero ni el mozo de bar al que torturamos con ella. Se identifica como uno más de nosotros, elige romper con la verticalidad de la que tanto disfruta, justo cuando hoy necesitamos que alguien nos diga que no es tan impotente como todos nosotros.

Y más allá de este punto para nada menor, surge a través suyo una hipótesis, y la desarrollada por la propia presidenta en sus “posteos a la Nación” es una de la peores. Puede que degradada por las formas, puede que mentirosa (después de todo también le cabe la sospecha), pero aún así terrible de ser cierta. Pues al hablar de un complot de sectores pertenecientes al oscuro mundo de los espías (el argentino, no el israelí o el de los Estados Unidos) nos comunica que el Estado ha perdido (o no ha tenido nunca realmente) el monopolio legítimo de la fuerza, elemento clave para que una sociedad no termine siendo una guerra de todos contra todos.

Hacíamos como que lo peor de nuestro peor pasado estaba preso, y resulta que continuaba activo en el seno del Estado. Y nos enteraríamos de ello de la boca de la única persona que puede hablar por el Estado.

Hoy todos sabemos más detalles: que el agente de inteligencia Antonio Stiusso (alias Jaime, alias Stiles) es un espía activo desde 1972, y que sirvió (y se sirvió) de todos los gobiernos nacionales desde ese entonces, incluyendo a la última y más atroz dictadura. Y también sirvió y se sirvió de éste gobierno. Y también fue este gobierno, es decir, el que avanzó como nunca desde el juicio a las Juntas para castigar a antiguos represores y construir desde allí la base de su legitimidad moral, quien lo volvió pieza estratégica de su engranaje de poder binario.

De por sí, incluso de ser incorrecta la hipótesis, es evidente el hecho de que elementos como el mencionado han tenido o tienen un poder solo comparable a su falta de escrúpulos para utilizarlo. Y de ser correcta la hipótesis, entonces la muerte de Nisman es solo la última punta de un iceberg.

Pero ni siquiera lo más grave de todo es esto. Lo más grave es que en realidad nosotros, el verdadero soberano,  hacíamos que no teníamos mucha idea de nada. Lo cierto es que, más allá de la cantidad de datos que hoy no podemos evitar escuchar,  ya todos sabíamos, y elegimos hacer como si no, que este gobierno utilizaba la estructura de inteligencia del Estado para realizar operaciones de desprestigio y espiar a cualquiera que le pareciera relevante. Es decir, todas cosas que deberían ser moralmente escandalosas, y todas ellas ajenas a la función que debería prestar la estructura de inteligencia del estado: ser los ojos y oídos de la defensa nacional. Pero para la autodenominada izquierda nacional y popular el único espionaje, la única invasión sobre los derechos civiles que parece importar es del las potencias centrales. Para el resto, pues aparentemente ninguno hasta ahora. Acá el tema fue tratado como es tratada toda trasgresión del poder político a la ley, es decir, como una apostilla más de las tantas que aceptamos.

Francamente no sabemos, y no creo que sepamos nunca, si Stiusso mandó a matar a Nisman tras ser reemplazado por el también tenebroso general Milani. Solo algo queda claro: que el poder político no tiene control sobre el poder que porta las armas. Tener que aceptar esto en Santa Fe, una provincia cuyo gobierno tampoco controla a su fuerza de policía, solo puede traernos el recuerdo de los peores años de nuestra historia.

 

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