Tomás LüdersOpinión: 24×39

Tomás Lüders24/03/2015
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Se cumplen hoy 39 años del último Golpe y últimamente no dejo de pensar que los 24 de marzo tienen más de repetición que de rememoración y elaboración. Aunque la violencia física no vuelve, hay algo que parece seguir retornando.

Soy de la generación que creció cuando el Juicio a las Juntas era historia pasada. Me hice adolescente con los indultos y no me parecía entonces que yo pudiera objetarles nada a personas como Hebe de Bonaffini, que reivindicaba la lucha armada.

Estábamos seguros que los hijos de putas habían vuelto para terminar en democracia lo que habían empezado con el último golpe.

Desde hace bastante, la impunidad sobre los asesinos y torturadores es cosa del pasado, o al menos es tarea que no se detiene. Sin embargo parece que nos resistimos a la memoria. Algo se vive como si todavía estuviera presente, tal cual fue, homicida y hambreador, tal cual era seguiría siendo. El Nunca Más fue desplazado por un “siempre ahí”.

Tuvimos sin embargo más de una década con un gobierno que no solo hizo suyos los reclamos por justicia para los desparecidos, asesinados, torturados y apresados, sino que aprovechó con inteligencia una crisis inédita para hacerse de herramientas que el progresismo alfonsinista no pudo tener –por falta de capacidad, pero sobre todo por contexto–, y que Menem terminó cediendo.

¿Qué es entonces lo que vuelve y no deja de volver de los 70s? ¿Quiénes acechan ahora? ¿La derecha del 18F? ¿La Corpo?

¡Claro que hay fuerzas conservadoras, sectores reaccionarios! Y aunque hayan cedido la manija política, los especuladores de siempre no soltaron nunca sus títulos de propiedad. Es más, se han hecho más fuertes que nunca. La “burguesía nacional” dinámica y creativa prometida nunca llegó. Todo lo contrario, el capitalista de riesgo jamás salió del estómago fagocitador del capitalista amigo.

Hay también personas que optan por ser conservadores porque así lo deciden y lo eligen más allá de lo que debería dictarles la economía familiar (y menos mal que pueden elegir lo que quieran). También están los que son liberales porque creen en la libertad sin concesiones del individuo, y no porque son agentes de algún fondo de inversión sin ancla. Después de todo, hay cosas que no tienen nada que ver con el bolsillo.

Hace tiempo además que parece haber perdido fuerza el consenso progresista en lo político y nacionalista en lo económico que sucedió a la crisis –si es que se le podían poner tales etiquetas a lo que fueron pasiones que estuvieron más definidas por lo “anti” que por ideas concretas–. Desde hace un tiempo que gran parte de la sociedad parece orientarse hacia cierto conservadurismo político y liberalismo económico –otra vez, si es que se le pueden poner tales etiquetas a lo que son pasiones más definida por lo “anti” que por ideas concretas–.

¿Qué hizo sin embargo el kirchnerismo para intentar construir el progresismo pluralista y amplio que prometió en 2003? Se movió como si estuviera en minoría cuando estuvo en mayoría, en revolución permanente cuando no había necesidad de tal virulencia. Cavaba trincheras simbólicas como si su objetivo fuera la pureza política y la horizontalidad económica. Nunca apuntó a lo primero y fue absolutamente torpe para construir lo segundo, si es que lo tuvo en gatera.

No hizo nada tampoco por institucionalizarse, le faltan meses para irse y no tiene herederos jóvenes, sino jóvenes que se anclan a la voluntad de los viejos.

Cualquiera que comprenda lo que significó el “plan” económico del proceso o el “reformismo” de Menem sabe qué apareja en este país lo que la academia llama “ortodoxia”: reformas a favor de los de siempre. Pero basta ver las nóminas de empresas y lobistas para entender que durante la guerra contra “la derecha” ellos nunca se fueron y nunca perdieron. Es más, se anotaron unos cuantos a la selecta lista.

Y sin embargo hay un clima de batalla que se repite. Una violencia que política que se mezcla con una violencia social más inorgánica, también en aumento. Uno se sienta a la mesa familiar para ver cómo una parte de la parentela se presta a jugar a la voz del mercado y la otra mitad a la voz del pueblo. Nadie habla sin embargo más que por sí mismo. Nadie es además ni una ni otra cosa. Y todo, todo tiene sabor a pasado porque nos resistimos a aprender las lecciones de la memoria.

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