Mauro CamillatoOpinión: Destino argento, un “hijo de” como futuro presidente

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Por Mauro Camillato

En la historia de la democracia mundial se han escrito muchos libros sobre el sueño de construir un candidato desde la nada.

De hecho hay unos cuantos pensadores contemporáneos escribieron sobre esta idea sueño de la modernidad de construir el futuro presidente de una nación, de generar en el laboratorio un líder-autómata pero que parezca irremplazable para las masas votantes.

No obstante, más allá del peso de esta noción en el imaginario colectivo, del peso del marketing y sus coaching en reemplazo de las ideologías, siempre fue difícil encontrar un caso que muestre dicha matriz acabadamente, por lo menos hasta ahora….

Parece ser que será la Argentina (esta la bendita Argentina) la que tenga como próximo presidente alguien que haga realidad la pesadilla manipulatoria del presidente autómata.

Resulte electo Daniel Scioli o Mauricio Macri, el país estará liderado por primera vez por un puro producto de la Buenos Aires posmoderna: dos hijos de sin atributos, llegados a lo alto del poder gracias al impulso de un apellido.

Fracasados ambos como herederos del imperio familiar, pero con suficiente dinero y contactos heredados como para comprarse lo que ni natura, ni cultura dio.

Como diría Pierre Bourdieu es el “capital económico y social” el que hace al hombre, y no a la inversa.

En un mundo y un país de partidos implotados, de personalismos mediáticos caros en dinero pero baratos en talento, estos dos “hijos de papi” pudieron comprarse sendas biografías y capacidades políticas.

Vidas paralelas

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Con poderosos empresarios como padres ambos, Mauricio Macri es hijo del fundador de una de las típicas empresas argentas, una poderosa integrante del selecto grupo de la ‘Patria contratista’, es decir, de las corporaciones que en lugar de generar riqueza, la depredan del estado (o sea de todos nosotros). Eso le abrió a Mauricio las puertas del poder desde muy joven, y pesar de su poca capacidad como gerente –de acuerdo las quejas del propio Franco Macri– “el nene” se codeó tempranamente con la elite política local.

Lo de Scioli es algo más modesto, su padre poseía una importante cadena de electrodomésticos que era una de los principales auspiciantes de la TV en los 80 y 90. Eso le alcanzó para abrirle tempranamente al hijo las puertas de los grandes medios y cierta influencia en los círculos de empresariales y políticos.

Entre el entorno de ambos estuvo la figura de Carlos Saúl Menem. La matriz ideológica de los Scioli y los Macri se llevaba muy bien con la postura pro-establishment del líder riojano, así que por qué no probar suerte por ahí.

Por primera vez una fuerza política ganaba elecciones privatizando y flexibilizando, así que por qué no hacerse una carrera por ese lado.

Mauricio es Macri

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El empresariado argento siempre tuvo fuerte influencia en la vida política local, pero nunca hasta ahora había podido tener directamente a uno de los suyos sentado en el sillón presidencial. Los dueños del poder real, el del dinero, siempre habían podido influir a través de un tercero, llámese político de carrera o militar metido a dictador. Con eso bastaba, no hacía falta tanta exposición.

Es que la política es (¿era?) el mundo de los discursos y por ende los que mejor se manejan en ese espacio eran los charlantes políticos, y ocasionalmente algún militar “inspirado” de ficciones liberales o  desarrollistas.

Los empresarios siempre se reservaron para sí el espacio de la praxis, de la acción, y dejaban otros el orden de los relatos políticos, el mundo de la seducción por la palabra, del “verso”.

Pero en un momento donde muy pocos creen en el “chamullo”, y por ende en los grandes relatos ideológicos, parece llegar el momento de aquellos a los que no se le da bien la palabra, pero parece dárseles bien el hacer (o su capacidad de simularlo)

Haciendo Buenos Aires” era el lema del PRO cuando Mauricio ganó las elecciones. “La gente quiere obras, no palabras” la frase parafraseada de manera constante por los hombres y mujeres del “equipo” de “gestión” amarillo –todos los encomillados son parte del campo semántico del hacer opuesto al puro decir–.

Después de haber pasado con más pena que gloria por la poderosa SOCMA de papá Franco, Mauricio comenzó a prepararse para la política con una eficiente gestión en Boca Juniors, desde donde multiplicó negocios y negoció con viejos poderes establecidos (la barra, don Julio, “la Corpo”…), pero logró algo que los predadores de clubes que habitualmente fungen como presidentes no lograron: posicionar internacionalmente a su club y balancear el negocio privado con las cuentas de la institución (hasta cierto punto, claro, porque las dificultades económicas de Boca continuaron).

El éxito comercial fue acompañado por el glorioso ciclo Bianchi, y de allí a la política había solo un paso. El popular presidente de Boca había logrado lo que pocos: ascendente entre pobres y ricos.

Nota: Por morboso que parezca, el secuestro sufrido en 1991 por Mauricio ayudó, y mucho, a su carrera política en un país al que le gusta construirse mártires, que transforma en atributo de liderazgo cualquier desgracia personal. Por eso, algo tan atroz como un secuestro puede pasar a formar parte del capital electoral de un candidato.

También, un accidente y una amputación. Sobre todo si quien lo sufre no tiene pruritos en recurrir al recuerdo de sufrimiento para ganar adhesiones.

Scioli, el campeón renacido

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Según las malas lenguas, fue el hoy candidato a presidente quien culminó fundiendo el negocio familiar antes de comenzar a hacer carrera política con el entonces todo poderoso Carlos Menem, el hombre que logró hacerle ganar elecciones al liberalismo vernáculo (a la versión argenta del liberalismo).

Lo cierto es que la empresa familiar gastaba abultadísimas sumas en publicidad, principalmente en Canal 9 (el canal del recientemente desaparecido Romay era furor en los 80s y tempranos 90s con su noticiero Telenueve como nave insignia) La presencia de la firma Scioli en esa pantalla caliente sería una llave fundamental para el acceso al poder y la popularidad del joven Daniel.

Niño mimado, cuando Danielito creció pretendió correr en motonáutica y gracias a las vinculaciones de su padre con el líder riojano consiguió un importante auspiciante, la todavía estatal: YPF.

Así se armó una linda lanchita (o algo por el estilo) a la que denominó La Argentina y salió varias veces “campeón mundial”. La cosa fue televisada de manera permanente y, Exitistas como ninguno, los argentinos comenzamos a ver un “deporte” que hasta el momento desconocíamos, porque ahí teníamos o creíamos tener un nuevo gran campeón.

Claro que, lo que no se decía –en su momento solo lo sacó a relucir la revista Humor– es que en realidad Daniel competía en una categoría que prácticamente no tenía contendientes. Difícil no salir campeón del mundo cuando se cuenta entonces con el dinero, el motor y pocos o casi ningún competidor.

Simulacro de deportista, en la era de la frivolidad y la mediatización de lo privado, Scioli sumaba los atributos necesarios para convertirse en simulacro de líder. En creíble simulacro de líder. Su accidente, la dolorosa amputación de un brazo, y su renacer cual fénix con “La Nueva Argentina” sumaron el aditamento de sufrimiento que toda ficción épica necesita.

Por supuesto su posterior carrera política es bastante conocida. Su primer puesto (ninguna palabra adecuada) fue como diputado nacional por el justicialismo menemista, después pasó a secretario de deportes y luego secretario de turismo de la Nación.

Con una popularidad y un carisma construido sobre casi nada, llegó a candidato a vicepresidente en 2003, puesto por Eduardo Duhalde para condicionar al único sucesor que tenía a mano para derrotar a su odiado Carlos Menem, es decir el ignoto gobernador santacruceño Néstor Kirchner.

Ya Vicepresidente, escuchó en silencio los retos públicos de la senadora y primera dama Cristina. El obediente Daniel resignó cualquier autonomía. Su sumisión y su elevado ranking en las encuestas hicieron que en 2007 Néstor Kirchner lo eligiera para hacer de ariete contra los restos del poder territorial del caudillo bonaerense.

Así apareció el luego relecto Daniel Scioli gobernador de Buenos Aires. El hombre que tiene en publicidad lo que no tiene en gestión. Se bancó nuevamente los retos, y las humillaciones del kirchnerismo. Cualquier mozalbete de la Cámpora podía tratarlo impunemente y en público de idiota o de “derechoso”. Peor aún, resignó cualquier autonomía para tener poder propio, y se bancó sin chistar todas las protestas sociales que debían ir dirigidas a la amarreta billetera de la Nación. Pero el hombre de los simulacros logró simular ser un gran gestor.

Primero contra Menem, después contra Duhalde, queda claro que sumisión no es lo mismo que lealtad. Será por eso que el kirchnerismo se resistió hasta el final para designar como sucesor al ex motonauta. Pero allí está Daniel Scioli, el hombre más votado del país.

“Papi, llegué”

Lo cierto es que uno de los dos se encamina a ser el nuevo presidente de la Argentina. Aunque hoy convoquen a los extremos opuestos de la opinión pública, ambos buscan atrapar votos del escurridizo “centro”, y es difícil proyectar que se diferenciarán mucho en su forma de gobernar.

De hecho, y a pesar de contar con los respectivos votos “duros” de cada lado de la “grieta”, en términos de posicionamiento político ambos convergen hacia el centro-derecha del espectro ideológico: es decir, conservadurismo y posiciones económicas pro-establishment barnizadas con cara amable

Carentes de formación intelectual, ambos son también arcilla en las manos del marketing político vigente. Su falta de ideas es invertida en el mencionado mantra seductor: somos hombres del hacer, no del decir.

Los escasos recursos retóricos que no logran compensar con horas de coaching parecen ser leídos una y otra vez como evidencia del exitoso pasado empresarial. Son, después de todo, los jefes de gobierno del primer y segundo distrito del país.

En una época donde las mayoría descreen de los grandes relatos, y por ende en los políticos, estos fieles exponentes de la neo-política logran hacer “del no tener lo que hay que tener”, sin dudas la clave de su popularidad. Solo resta una pregunta: ¿habrá ballotage?

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