Mauro CamillatoOpinión: El Gobierno de los CEOs, el último avatar del derrame que no llega

Tomás Lüders22/05/2016
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Por Mauro Camillato y Tomás Lüders

Alguna vez fue el “roban pero hacen”. Después, y por “izquierda”, el axioma mutó en “robar para hacer”.

Ahora parece imponerse el Estado gerencial o el Gobierno de los CEOs. La actualización del leitmotiv podría ser la siguiente: “dejemos que gobiernen los dueños de la economía, si ganan ellos, ganamos todos”.

Pero son caras diferentes de una moneda que, a pesar de los supuestos cambios ideológicos, dejamos caer del lado de los privilegiados: en los 90s, eran empresarios que colocan a sus referentes en el gobierno, en la década pasada, políticos que se volvían empresarios y regaban el país de socios y testaferros, y ahora directamente gobierna los empresarios y CEOs. Es cierto, hay nombres y apellidos que nunca se borran. De hecho, la lista es más propensa a sumar nuevos beneficiarios que a evacuar a los de siempre.

Sus lemas cambian, se dicen keynesianos o liberales, pero el núcleo es el mismo: un conservadurismo político disfrazado de realismo (o cinismo) que, bajo distintas etiquetas impulsa la misma lógica: dejar que mande el Poder, solo así nos llegará algo a los de abajo. Claramente, para los argentinos, la “Teoría del Derrame” no es marca registrada del neoliberalismo. Y quienes aceptaron el argumento k de que había que tener dinero para “hacer política con libertad y sin condicionamientos”, deberían ser los primeros de pensar en esto último, pues la década pasada fue otra década en donde el Estado se puso al servicios de negocios multimillonarios: es cierto, hubo menos condicionamientos de los “dueños del mercado”, pero solo introducirse desde la política como jugadores fuertes en el capitalismo contratista y prebendario argentino.

En definitiva, somos Argentina que cambia solo para continuar mordiéndose la cola. Nuevamente, una y otra vez vuelve a faltar un proyecto de largo plazo que genere soluciones sustentables a nuestros eternos déficit sociales y deje de emparchar los agujeros, que siempre terminan un poco más grandes y profundos.

“Roban pero hacen”
En los 90 la opinión pública aplaudió a una clase dirigente que consumía pizza con champagne, que impuso el famoso “diego” como peaje obligatorio en la obra pública y que hizo gala de la idea de que para motivar el hacer (en favor de todos) había que dejar que los hacedores se quedaran con los (abultados) vueltos.

Una mayoría de los argentinos se sentían en el Primer Mundo (a pesar de sus políticas linealmente anti-populares, su voto era trans-clasista), pero las mieles del “1 a 1” fueron para bastantes menos, y finalmente no hubo electrodoméstico en cuotas que cubriera el desempleo y la creciente exclusión de la clase trabajadora, y una pauperización más masiva aún. Nuevamente una medida de corto plazo, la convertibilidad, fue potenciada, en la ficción facilista que nos mantendría a todos cerca de Miami.

Cuando ya era evidente que “el Modelo” era un canto de sirena que nos llevaba a encallar, no hubo cambio de rumbo. Los argentinos votaron a un rejuntado político “honestista” para disimular sus aristas más grotescas. Para conservar “lo Cavallo” y “sacarse lo Marijú”.

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En lugar de “emprolijar”, el presidente radical ni si quiera encarceló a los figurones más grotescos del menemismo. Con el consenso de casi todos (“un peso, un dólar como sea”) nos terminó por empujar al mismísimo Infierno. ¿Recuerdan el mega-canje salvador?

Después la clase media pauperizada tomó las calles junto a los que venían empobrecidos desde bastante antes. Y hasta se ilusionó con la democracia directa. Pero el que se “vayan todos” estuvo lejos de generar cualquier alternativa radicalmente democrática.

La palanca la terminó tomando uno que había participado en el “roban pero hacen”, que hizo los ajustes necesarios (con los ganadores de siempre y los perdedores de siempre). Éste le pasó la posta a otro que también había participado de la fiesta, aunque por haberlo hecho desde lejos, desde el “el Sur del Mundo”, se nos hacía más aceptable. Todos aceptamos que no tenía nada que ver, y lo llamamos, cariñosamente, Pingüino.

Las ilusiones de la democracia directa terminaron otra vez en la cesión sin control de todo el Poder. Había que volver a Confiar.

“Robar para hacer”
No se puede hacer política sin dinero y para tener dinero se necesita recurrir a todos los artilugios posibles”, se decía sottovoce y se aceptaba, esta vez, “por izquierda”.

El ajuste estaba hecho, las cuentas estaban en orden, y llegaba el boom de los commodities en el mundo. Solo restaba crecer y capitalizar “la bonanza” del rebote. El gobierno popular e industrialista tuvo su base en la soja para todos y todas.

Nobleza obliga, algunas medidas tomadas favorecieron a los olvidados de siempre, pero se quedaron solo en lo superficial, nada profundo. Se asumió como revolucionario el mero parche social del subsidio (generado en época de abundancia), y la medida de emergencia fue otra vez vendida como solución de largo plazo. El ensamble de piezas chinas como “redindustrialización”.  Y así, cuando cesó el Viento de Cola, hubo que volver a darle a “la maquinita”.

La estructura económica argentina no se tocó, y siguió siendo profundamente desigual, cartelizada y prebendaria. El “peronismo del pueblo” terminó con más pobres que el “peronismo neoliberal”, y con las cicatrices dejadas por este último sin curar.

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Los gerentes al poder
¡
Y ahora sí, ahora sí que llegaron los salvadores!. Basta de políticos tradicionales, finalmente llegó el gobierno de los empresarios que con aquellos nada tendría que ver. Ahora gobernarán sin mediaciones “los que no necesitan robar porque ya son ricos”….. ¡Justamente el Burguesía Argentina, que de liberal no tiene nada, y se ha forjado siempre al calor de los negocios y subsidios del Estado! Pero al gobierno de los CEOs lo votó Doña Rosa, que cree que los únicos subsidios y favores son los que reciben sus odiados “cabecitas negras”, y no los amigos de SOCMA o el Grupo Rocca.

Se dice que los CEOs exitosos están acostumbrados a mantener las empresas a flote como sea, y lo mismo deberían hacer con el país. “¡Que lo paguen los que tienen planes y los empleados desleales!, grita hasta el despensero.

Pero una cosa es una empresa (aunque se diga otra cosa, se gobierna para sus dueños y accionistas), y otra un país. Por eso, para un tipo como Juan José Aranguren, lo importante es que los números den, no importa a costa de qué o de quienes. Para quien concibe así el “saneamiento”, el enunciado “si la nafta está cara, que no carguen”, es absolutamente lógico y aceptable. Él ve los beneficios desde arriba, como dueño, y no desde abajo, “como empleado”.

Reina la planilla de Excel (o mejor dicho, generada por el costoso sistema informático de gestión SAP), todo es gráfico, todos somos números. Nosotros formamos parte de lo que ellos llaman “recursos humanos”, es decir, el ser humano es un recurso más entre varios. Puede “sobrar”, ser considerado “empleado inútil” o “grasa” a eliminar, según los delicados dichos del presidente y su ministro de Hacienda.

Nada de medidas anti-cíclicas, de evaluar previamente los impactos de un tarifazo. Hay que dejar que ganen los que tienen que ganar (que jamás “perdieron”), y los demás… a esperar que se decidan (sin riesgos y con los recursos naturales de todos en sus manos) “a invertir”.

Por eso despiden, devalúan (otra vez) y aumentan las tarifas, los combustibles, sin importar a quiénes o cuantos mandan al tacho. A largo plazo, la bonanza llegaría para todos, pero mientras tanto las empresas energéticas y petroleras deben recuperar sin demoras su rentabilidad. Si ellos no ganan primero, no ganaría nadie, es el axioma que aceptamos todos. De esfuerzos compartidos, ni hablar.

Así las cosas historia Argentina sigue transcurriendo sin proyectos de país inclusivo y sustentable. Eso sí, cada década parece tener su slogan.

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