Mauro CamillatoAnálisis: El problema no es el fraude, somos nosotros

Tomás Lüders12/09/2015
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Por Mauro Camillato y Tomás Lüders

El problema no es el fraude, se equivocan los opositores y los medios de comunicación que lo explican como causa y no como efecto. Que esperan que una reforma electoral prevenga eventuales distorsiones del verdadero resultado electoral.

El verdadero problema es la falta de calidad institucional. Acostumbrado a medir los éxitos económicos en términos inmediatísimos, la demanda por la mejora de sus instituciones suena a principio abstracto para el argentino promedio. Algo que nada tiene que ver con la vida real, no al menos cuando, después de mucho esperar, se consigue “laburo” o los clientes vuelven “a entrar al mercadito”.

Por su parte, la progresía que adscribió al kirchnerismo terminó aceptando el argumento  que sostiene que las instituciones son reglas administradas por privilegiados funcionarios no electivos, trampas jurídicas para vulnerar la voluntad del Pueblo puestas ahí por el gorila decimonónico de JB Alberdi y sus adláteres–y todo eso después de haber escuchado a la CFK versión 2007 decir que iba a hacer de las nuestras instituciones alemanas, ¿se acuerdan?–

Ninguno de los que escribimos estas líneas somos adoradores de las normas por las normas mismas. Fuimos formados en cierta tradición de izquierda, y aprendimos ambos con Max Weber que lo que el pensador alemán llamaba autoridad legal-racional se hace a costa del vínculo afectivo y la eliminación de la sencillez. Pero a menos que usted logre vivir en un kibutz o concrete por su cuenta el sueño anarquista de emancipación libertaria, tanto usted como nosotros seguiremos viviendo en una sociedad de mujeres y hombres que necesita que quienes gobiernan los aparatos de Estado lo hagan de acuerdo a reglas lo más racionales, claras y equitativas posibles.

La alternativa a la autoridad legal-burocrática, decía el desencantado creador de la sociología comprensiva allá por el 1900, es el retorno del feudalismo, una sociedad de masas sometida a la voluntad particular de patrones y líderes carismáticos. Y por este último andarivel parece que estamos andando cada vez más los argentinos.

Huelga decirlo, el caso nacional no se circunscribe a Tucumán y demás provincias de ese “interior profundo” del que tanto gusta compadecerse la presidente. El problema atraviesa todo el territorio argentino. Y sin importar lo que hayan soñado algunos vecinos después de leer alguna revista Viva de 2003 o 2004, esta Venado Tuerto sigue siendo localizable en el mismo mapa.

Nuestra esmeralda del corazón agro-industrial criollo está cada vez más lejos de parecerse a la Pequeña Suiza que alguna vez creyó poder ser: el clima cada vez más caluroso y húmedo es apenas un detalle pintoresco de la “macondización” venadense. Por eso aquí, como en La Cocha o en Clorinda, cuando llegan las irregularidades en los comicios, el aparato feudal –cada vez más amplio y omnipresente– ya ha hecho su trabajo. La quema de urnas, la entrega en mano de bolsones y prebendas, el foto-voto o los remises son solo una garantía última, el último broche para ajustar la lealtad de un ciudadano que ya asumió que es un cliente-súbdito. Aceptó porque no le quedó otra, por resignación, por complicidad, ignorancia, o por simple apatía. Todo depende del grado de vulnerabilidad, que, a diferencia de lo que sostiene el pensamiento reaccionario, no es inversamente proporcional a la capacidad racional de los sujetos.. .

Así por ejemplo, no es ni con mucho solo el desocupado consuetudinario (resignado a depender de la chapa entregada por Germán) quien mete dentro de su concepto de “buen gobernar” a los viajes que nuestro intendente hace para mendigar subsidios a Buenos Aires. El feudalismo ya asumido nos ha alejado tanto de los principios más elementales de la modernidad que entonces recibimos como generosa y desinteresada ayuda divina lo que los líderes y aparatos que manejan a voluntad los fondos públicos se dignan a entregar cuando necesitan ganar elecciones. La mayoría de nosotros ha naturalizado como resultado de una “buena gestión” lo que “José” logra garronear después de pasar por el babeante besa-manos nacional. Acepta como natural que las cosas lleguen así, cuando deberían llegar por simple equidad administrativa.

Somos una sociedad civil cada vez más devorada por personalismos políticos que dejamos hacerse a sí mismos sinónimos del estado. Por eso la dependencia de su deseo y voluntad se hace cada vez más extensa, profunda e inevitable. Y aclaramos, porque si no uno recibe rápido las acusaciones de ser un neoliberal pro-mercado-que-trabaja-para-los-Buitres, que no estamos discutiendo aquí sobre liberalismo o estatismo (esa es una discusión para la que los argentinos, que confundimos liberalismo con conservadurismo por ejemplo, aún ni ranqueamos). El avance del feudalismo argentino gozó de buena salud y siguió expandiéndose durante los dorados y “neoliberales” 90s. De hecho tuvo su época de gloria durante el menemato que supimos conseguir, porque el propio PJ neoliberal fue el que tomó bajo sus solidarios brazos clientelares a los desocupados trabajadores que desangraban los gremios del agonizante PJ laborista.

La versión post-2003 del PJ terminó siendo una que, acusando a políticos marcianos por la entrega de los 90s (nunca a los “compañeros”), terminó recibiendo con brazos abiertos la herencia feudal de los aparatos ya bien asentados en los 80s. Por lo demás, a todo terminó dándosele antes una mano de barniz desarrollista y naquipop. Con entonación épica se siguió “dando dadivosamente” para fidelizar en lugar de “otorgando derechos” para promocionar. (Vale aclararlo, a la mayoría de entonces no nos importaba nada la retórica setentista, y nos parecían de lo más pintorescas las fotos de Néstor jefe de campaña 2007 cuando se paseaba por el Conourbano, libretita en mano, anotando lo que demandaran los Barones ex menemistas, ex duhalidistas y pronto sciolistas ex kirchneristas).

Pero no fue solo el cómo el kirchnerismo se hizo cargo de los caídos que no incorporó a la ahora desaparecida recuperación del empleo… el aparato y sus brazos alcanza y atraviesa la vida de todos, no solo de los más vulnerables. Bajo la excusa que el Estado keynesiano debía reemplazar al despiadado mercado hayekiano se metió a regular lo que pudo para no terminar regulando nada. Prometió atacar el egoísmo de los pocos, solo para someterlo todo la necesidad electoralista y financiera de otros pocos. Nada más alejado de la intervención y regulación estatal progresista que lo recibido por los argentinos en esta pasada década la larga. La intervención que se supone se hace para compensar los problemas de insolidaridad y falta de planificación que apareja la economía de mercado, termina produciendo nuevas injusticias y todo por una “paternal”, cruel y magrísima redistribución de ingresos que, para colmo, ya se muestra insostenible hace rato para las agotadas finanzas de un estado vaciado por la corrupción y la soberbia falsa, truchamente, anti-capitalista.

Así las cosas, el aparato ya no devora solo la voluntad del desocupado y su descendencia excluida del mundo del trabajo. Se trata también del empresario que se ha acostumbrado entrar en el negocio de la obra pública sobrefacturada o el subsidio en lugar del emprendimiento productivo. Pero también del vecino de barrio residencial que terminó aceptando que lo normal es el contacto directo –el llamar a “José”– para resolver una urgencia médica o pedir que tapen un bache en lugar de demandar que sea la gris rutina administrativa la que lo resuelva. Ni hablar de los jóvenes, las nuevas generaciones que se resignan también a la aplastante “economía del contacto” porque la meritocracia que recompensa el esfuerzo se lleva muy mal con quienes estando arriba necesitan recompensar la lealtad antes que el trabajo bien hecho.

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