MúsicaLobotomía

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Por Paul Citraro (especial para Rockvenado.com.ar)

El cerebro es un eficaz mezclador de lecturas, impresiones, situaciones cotidianas, datos fríos, datos sensibles. Por lo tanto, el cerebro o uno (vaya a saber cuál de los dos) las apunta al voleo, con el mismo desorden con que suelen aparecer. Hace unos años, coleccionaba un suplemento sobre ciencia de un diario argentino. Recuerdo a unos cultores del dios Príapo (el dios fálico de la mitología griega), quienes reseñaban artículos basados en investigaciones universitarias sobre el pene que tenía el monje negro de Rusia, Rasputín. Después vinieron los celebrantes de la inteligencia y hacían lo suyo replicando estudios y más estudios sobre el cerebro de Einstein. Los del primer grupo estaban anonadados con el tamaño, los del segundo, también. Por esa época, quizá por ley y atracción de aquellas lecturas, un amigo me trasladó la idea de participar en un ciclo en la Universidad de San Martín, Buenos Aires. El fin era invertir los procesos formales de la educación universitaria, es decir, la población común ingresando a la academia para evaluar a los disertantes. El ciclo se llamó “El Pensamiento Bárbaro”. Fue por ese ciclo que desfilaron varios disertantes, entre otros; Agustina Vivero (Cumbio) y Pedro Saborido, el guionista de Capusotto. La universidad era un hervidero de hormonas jóvenes y no tanto. Señoras en pantuflas y alguna que otra panza redonda con el índice en la sien evaluando desde lejos cada encuentro.

Durante dos meses, los lunes dejaron de ser grises. Me tocó coordinar el tercer encuentro programado con Hugo Lobo y Pablo Lezcano. Para ese día, el temario abordaba la fusión de culturas populares en dos tonos; el ska y la cumbia. Lobo estaba presente, Pablo no. Acaso el miedo de volver a dar examen público, lo alejó. Mi disertación, con la balanza cargada hacia el lado de la cumbia, en el sopesar de la ausencia, se estancó en el ska. Lobo y yo, sosteniendo ciento veinte minutos con el Kapelusz urbano incendiado. Salimos airosos. Quien suponíamos que tendría el menor valor agregado, fiel a su marca de procedencia, terminó haciendo de la charla una verdadera Lobotomía. Respecto a ello, sin los aclarados conocimientos científicos, puedo decir que, absolutamente todos, salimos con el cerebro lavado.

Fue Lobo quién tomó el discurso central. Cada una de sus intervenciones lingüísticas eran sencillas y directas, en forma de espiral, desde afuera hacia el centro. ‘Busco las riendas del olvido’ parecía querer decir cada vez al mencionar la importancia de las orquestas populares. Las sensatas y alegres menciones a la locura de los creadores, que hoy, cobran sentido en esa renovada expresión de lo popular; el cuerpo y el bailongo. Lejos del análisis elitista y las pipas humeantes, es Hugo Lobo quien entró con el traje cambiado para liderar ese ejército de dopamina resumido en dos palabras: Dancing Mood.

En ese guiso de botones agrios, Lobo, supo devolverle el carácter original al género desde un lenguaje tercermundista. Esa ceremonia que sigue repitiéndose reúne dos sólidos argumentos para describir la historia: sujeto y predicado. Hugo Lobo y el público.

Un hueco hermoso en la memoria colectiva, una función expresamente didáctica que gira en la conciencia del trompetista. Ni más ni menos que la devolución y el asentamiento, desde un lugar común, al que todo el mundo creía a pie de juntillas como una fracción más del híbrido rock. Un talón de facturas bajo el brazo y el ska jamaiquino como excusa. El mensaje fue claro; nada podrá divorciar lo que la música consiga unir. Y en esta convivencia de tensiones que cruzan la historia musical de un país, aparece Lobo. Oportuno. Dueño de las cualidades que se centran en la compresión absoluta del estilo. Ese mismo hecho carne y ropas, trabajado con alma de obrero, con temple de boxeador, con los códigos del barrio.

En primer lugar, Lobo es poseedor de un conocimiento categórico del ska y de los aspectos melódicos que se multiplican en efecto a modo de propulsión. Encontró la llave que abre las puertas de las almas silenciadas. Gritar apasionadamente desde una melodía, no es para cualquiera. ¿Jazz, rock, ska? ¿A quién le importa? La música no es un terreno válido para las vilezas y las especulaciones. Es decir, la independencia y superposición entre el arte y aquel pedazo de realidad que siempre nos humilla. Aquí no hay juramento hipocrático que valga. Solo una convicción palpable y un instrumento brillante entre manos que suplantaría las carencias de formas humanas, propias y ajenas. Vestidas y desvestidas. Un instrumento que volvería a traer un poco de razón a la perturbada mente reinante en el rock.

Y hasta podría arriesgar la siguiente hipótesis: detrás de esa columna de aire se despegan nuevos modelos que podrían pisotear la desilusión más profunda de cualquier rockero. Sobre esa base de sensibilidad y conocimiento musical, Hugo Lobo ha borrado varias fronteras, como el cerebro de Einstein. Extendió los márgenes de tolerancia, estéticos y sociales, tribales y humanos. En un ejercicio permanente de la expresión libre, y la búsqueda de la intuición y de la felicidad que chorrea todo cuando pugna por salir. A ese mazazo se refiere cuando dice “flasheo hasta con el pibe que se me acerca y dice ‘compré un disco de Duke Ellington y toca un tema tuyo’”.

Quedó en claro que Count Basie ya no se desternilla en risa y pura indulgencia sobre las nuevas huestes que transitan ese viejo camino asfaltado. La pericia consistía en recuperar el acervo, justo ahí, donde había sido abandonado. Agitar las aguas para que una nueva oleada permitiera incorporaciones que, hasta el momento, eran inusuales en Argentina. El cuerpo del jazz necesitaba un latigazo. Readmitir la llamada raíz popular que siempre estuvo al alcance de la mano.

Lobo cantó las cuarenta y falta envido. Parecía decir en tono autorreferencial: la verdad tiene pocos amigos y los pocos amigos que tiene, son suicidas. Y aguante los trapos de la independencia, la cualidad flotante de los náufragos. El ska, ese género beligerante y proletario, había tomado la universidad por asalto. Y algunos nuevos fieles, seducidos no tan ingenuamente por esa nueva sonoridad escrita en sus cuadernos, se unían a la procesión. Concienzudamente, unos y otros, habían dejado de mirarse el ombligo desde la estricta fuente de su propia doctrina. Una fuerte dosis de realismo y otros ruidos, salpicaron con barro los manuales y las medias de ambos equipos. Universitarios y Bárbaros. Todos, volvimos a la silla eléctrica de primer grado.

Puedo maginar a Carlos Sampayo, sonriendo en alguna parte, tras una nueva escucha de la música de Lobo y compañía.

Esa tarde de lunes, bajo los cobertizos que indican la salida de la academia en el Campus Miguelete, nos agradecimos y despedimos con un abrazo. Me quedé en el lugar, observándolo irse de espaldas, un plano que suele ser muy honesto. Lobo, se marchaba displicente hacia su universo atemporal. El mismo que el día se encargaría en deformar en nuestros espejos.

Hugo Lobo se presenta en Venado Tuerto el viernes 6 y el sábado 7 de febrero en el Restó del Galpón del Arte (Chacabuco 1041). Presentando su trabajo solista “Street Felling” junto a una making band dirigida por Ezequiel Fernandez y Polo Donatti.

Fuente: www.rockvenado.com.ar

 

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